Los valientes duermen solos nº 1094
Una casa en la arena (1966), de Pablo Neruda. Fotografías de Sergio Larrain
«Finales de los años sesenta recordamos el mítico libro Una casa en la arena, editado por Lumen en 1966, libro que trata de la residencia de Pablo Neruda en la Isla Negra. Las fotografías de ese volumen, obra de Sergio Larrain, evocan muy bien el universo del poeta, su amor por lo náutico, por los mascarones de proa, por el Pacífico.» Los valientes duermen solos, domingo 3 de febrero de 2020.
Una casa en la arena (1966), de Pablo Neruda. Fotografías de Sergio Larrain. Publicado en Barcelona por Lumen en 1966. Diseño de Toni Miserachs y Oscar Tusquets. Colección Palabra e Imagen. Cartoné con sobrecubierta. 23 x 21 cm. 90 pp. Páginas de texto en papel azul espeso.
En verso y en prosa poética, el autor evoca con un amor y una ternura entrañables la casa, la llave, las piedras, la arena, el ancla, los nombres de poetas muertos escritos en la techumbre, los mascarones de proa, y sobre todo el mar, el mar, el mar. Ala hora de definir el género literario de Una casa en la arena hay que colocarlo bajo el rótulo de retrato. No hay duda que el libro retrata la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, pero esta escueta definición no capta todo el rico entramado de significaciones con las que el poeta hace reverberar las complejas vivencias públicas y privadas que convirtieron el espacio de su casa en una extensión de su personalidad y por ende de su pensamiento estético y político. Es precisamente el deseo de entender la manera en que Neruda entreteje su vida, su poética y su ideario político a su casa de Isla Negra y más tarde a su libro lo que me lleva a examinar este retrato y las estrategias que emplea. Quiero establecer hasta qué punto tanto el emplazamiento y la construcción de la casa de Isla Negra como su posterior representación textual se prestan a ser leídos como la plasmación histórica primero y literaria después del compromiso poético y político que Neruda estableció con su patria, su pueblo y sus lectores en general. En su clásico estudio La poética del espacio, Gaston Bachelard estudia las significaciones líricas de lo que él llama el “espacio feliz” o topofilia. Añade que dentro de dicho espacio la casa ocupa un lugar privilegiado porque en su interior el ser humano se siente amado y protegido de las tormentas del cielo y de la vida. “Es cuerpo y alma,” dice Bachelard. Para este erudito, la carga emotiva implícita en la imagen de la casa revela las relaciones psíquicas que el hablante establece con dicho espacio. Tales relaciones son fáciles de observar en Una casa en la arena, texto en el que la subjetividad imaginativa de Neruda invita al lector a llevar a cabo un tipo de lectura que permite ligar la casa a las vivencias del poeta. Además, la descripción específica del espacio y los objetos se ajusta a la manera en que por lo general Neruda transforma su entorno cotidiano en símbolo de su mundo poético y político. Renato Martínez ha señalado este aspecto de la estética del poeta chileno en “Neruda y la poética de las cosas”, concluyendo que la relación literaria del poeta con los objetos materiales es metonímica en vez de metafórica. Es decir, Neruda emplea los objetos materiales para subrayar la continuidad entre su persona y su entorno físico.
Las conclusiones de Martínez y las reflexiones de Bachelard sobre las connotaciones emotivas del espacio feliz guían mi estudio. Examino las referencias biográficas, políticas y literarias que Neruda coloca en primer plano cuando imagina “la casa” y representa poéticamente una de sus viviendas preferidas, su hogar de Isla Negra. Como es natural, mi estudio se centra en la casa como espacio imaginado, pero también tendré en cuenta el marco natural en el que está situada ya que hasta la lectura más superficial del libro indica que para Pablo Neruda el paisaje que la rodeaba definía la casa y era, por lo tanto, indispensable para su representación. La mitificación de “la casa en la arena” comenzó desde el momento en que el poeta la escogió pensando no sólo fijar su residencia en ella, sino también convertirla en el símbolo de una nueva estética que tenía como fin poner la poesía al servicio de su lucha por la libertad democrática y la justicia social. Neruda hace explícita esta intención en sus memorias póstumas, Recuerdo que he vivido, al contar la manera en que la casa de Isla Negra entró a formar parte de su mundo poético y existencial. El poeta narra su necesidad de encontrar una nueva estética después de las emociones conflictivas y los cambios estéticos radicales que experimentó al regresar a Chile a raíz de sus dolorosas vivencias en la Guerra Civil Española: “Debía detenerme y buscar el camino del humanismo, desterrado de la literatura contemporánea, pero enraizado profundamente a las aspiraciones del ser humano. Comencé a trabajar en mi Canto general” (190-91). Añade que para trabajar en esta nueva estética “humanista” —que también podría llamarse “poesía como arma de combate”— necesitaba una casa en un marco apropiado. Tal fue la que encontró en Isla Negra y que compró a un socialista español con los ingresos de sus libros de poesía. La casa e Isla Negra entraron de inmediato a formar parte de su vida y de su mundo poético y político. La materialidad de la asimilación es evidente cuando compra la casa con las ganancias de su poesía y convierte la casa y el abrupto paisaje marino que la rodeaba en una fuente de imágenes poéticas.