Martha Gellhorn

By febrero 6, 2019Sin categoría

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Los valientes duermen solos. Sueño nº 775

Martha Gellhorn

“…¿TE HAS ENTERADO?…”

«…Al caer la noche, el viento de las montañas se abatió sobre Madrid y arrancó los cristales rotos de las ventanas de los edificios bombardeados. Llovía sin parar, y las calles adquirieron el color mostaza del barro. Llovía, y la gente hablaba de la próxima ofensiva, preguntándose cuándo, cuándo… Alguien dijo que iban a llegar alimentos y munición; otro que las tropas del Campesino estaban en el norte o en el sur; muchos pueblos (de aquí, de allá) habían sido evacuados; la unidad de transporte estaba a punto, “¿te has enterado?”. …» Martha Gellhorn. Noviembre de 1937

Bibliografía selecta

El rostro de la guerra: Crónicas en primera línea 1937-1985, de Martha Gellhorn. Título original: The face of war. Escrito en 1936 y publicado por Simon & Schuster en EE.UU. en 1959. Publicado en español por Editorial Debate en Madrid en octubre de 2018. Colección: Crónica Y Periodismo. 

Material de prensa: presentación, notas y cronología

Martha Gellhorn (8 de noviembre de 1908 en San Luis, Misuri – 15 de febrero de 1998 en Londres

De la guerra civil española en los años 30 a la invasión de Panamá en los 80, pasando por las guerras de Java, Oriente Próximo o Vietnam, Martha Gellhorn, tercera esposa de Hemingway, fue corresponsal de guerra durante más de cincuenta años. Así recaló, por ejemplo, en el Madrid acosado de 1937. Es una de las historias que componen El rostro de la guerra, suerte de memorias que lanza Debate en versión de Cari Baena. Cuando rondaba los setenta años, ya demasiado mayor para los viajes que acostumbraba a hacer y desencantada con el periodismo, Martha Gellhorn (San Luis, 1908; Londres, 1998) seguía con ganas de alimentar su curiosidad. «La curiosidad –decía– no tiene límites, se acaba con la muerte». Eran sus «amigotes» quienes se la saciaban: jóvenes inquietos de entre veinte y treinta años que la visitaban para contarle sus aventuras.

En esas tertulias a veces salía el nombre de Ernest Hemingway, con quien la escritora estuvo casada y cuyo recuerdo la enfurecía. Pese a que compartió trincheras en la Guerra Civil española con él, el de Illinois no estaba ni mucho menos entre la mucha «gente adorada, perdida y loca» a la que Gellhorn añoraba. «Pobre de mí. Echo en falta los lugares –se lamentaba–. Estoy muy cansada de los problemas con los criados y la civilización». Su exitosa carrera como reportera de guerra comenzó en España. Allí se marchó, «con los chicos», con 28 años y una carta del editor de la revista «Collier’s» que le sirvió como pasaporte. Cuando envió su primer artículo, animada por Hemingway, no esperaba que se lo publicaran. «Pero yo tenía aquella carta y conocía la dirección de la revista. Aceptaron mi artículo y pusieron mi nombre junto al del resto de la plantilla. Me enteré por casualidad. Si estaba en plantilla, no había duda de que era corresponsal de guerra». Estas primeras crónicas están pegadas a la vida cotidiana de la gente, «al sonido, al olor, las palabras, los gestos exactos que eran propios de ese momento y ese lugar». Ese era su propósito. La mirada virgen de Gellhorn describe con nitidez el desagradable «silbido-aullido-grito-rugido» de las bombas, el sonido de los obuses al despertar, que se oían de fondo como si fueran «truenos», o la normalidad con la que los madrileños llenaban por la tarde los bares que habían sido atacados por la mañana.

« El rostro de la guerra. Crónicas en primera línea 1937-1985» (Debate) recoge los mejores reportajes que Gellhorn escribió a lo largo de toda su vida, desde sus inicios en la contienda española hasta la guerra de los Seis Días o los conflictos de Centroamérica. Están también sus crónicas de la Segunda Guerra Mundial: cubrió el desembarco de Normandía pese a que el Ejército de Estados Unidos le negó su presencia entre las tropas por ser mujer o la liberación de Dachau. Gellhorn fue abandonando esa mirada cándida por un tono mucho más activista conforme fue ganando experiencia. «Puede que mis artículos sobre Alemania y la Gestapo, las SS y demás unidades del Ejército alemán parezcan ahora impropios himnos de odio –dice en el libro–. Yo cuento lo que vi, y el odio fue la única reacción que todo aquello me produjo». Nunca abandonará esa actitud, que con los años se vuelve aún más ideológica. «No he olvidado la pesadilla de aquella jornada que pasé con un antiguo prisionero en la ominosa desolación de Auschwitz –diría más tarde para justificar su decidida postura proisraelí–. La Alemania nazi hizo que Israel fuese una necesidad». Gellhorn, siempre crítica con las injerencias militares de EE.UU. en Centroamérica y, en definitiva, cualquier excusa para levantarse en armas, ofrece su archivo de reportera para advertir contra nuevos conflictos. Porque «la guerra le sucede a las personas, una por una». Su no a la guerra es este libro.

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