Ludwig Wittgenstein

By febrero 6, 2019Sin categoría

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Los valientes duermen solos. Sueño nº 774

Ludwig Wittgenstein

“…NOS PUEDEN LAS IMÁGENES…”

«…Lo que sucede es que nos pueden las imágenes. Que por inercia histórica parece que no podemos pensar sino con el lastre metafísico de ellas. Que fuera de esa caverna, a contrario, no es posible lo real. Que no podemos pensar sin esa monstruosa cúpula conceptual de metáforas de metáforas de metáforas…» Wittgenstein. Capítulo VI. Página 202.

Bibliografía selecta

Ludwig Wittgenstein. Un ensayo a su costa, de Isidoro Reguera. Publicado por Editorial EDAF, en Madrid, en marzo de  2002. Coordinador de la serie Pensamiento: Agustín Izquierdo. Impreso en Gráficas Cofás.

Material de prensa: presentación, notas y cronología

Ludwig Josef Johann Wittgenstein (26 de abril de 1889 en Viena – 29 de abril de 1951 en Cambridge

1889 es, entre otras cosas, el año en que se funda la Segunda internacional de Trabajadores; el año en que nacen Martin Heidegger Adolf Hitler y Charles Chaplin; el año en que Lewis Carroll publica Silvia y Bruno y una edición de Alicia «para niños de cero a cinco años». Es un año que había empezado mal: el 3 de enero, en la Piazza Carlo Alberto de Turín, Federico Nietzsche perdía su alma. Es, en fin, el año en que nace, Ludwig Wittgenstein.Ha transcurrido un cuarto de siglo desde su muerte, acaecida en Cambridge el 29 de abril de 1951, y en esa circunstancia hemos encontrado un motivo para estas líneas. Para aquellos que, sin haber sentido la necesidad de leerlo, sienten la de citarlo, Wittgenstein es – y ya se sabe que es cola mala- un «filósofo analítico». Si el calificarlo así fuera resultado de una concienzuda interpretación de su pensamiento; la etiqueta nos parecería, aunque inapropiada en el fondo, digna de consideración Pero es que en la mayoría de los casos semejante caracterización, además de poner en evidencia la redomada ignorancia de quien la firma, oculta la voluntad clasificadora que invariablemente acompaña a los espíritus dogmáticos. Los dogmáticos son, como la tía Leoncia de Marcel Proust: todo lo singular, lo nuevo, lo incalificable, los turba, y sienten la perentoria necesidad de domesticarlo encontrándole un tranquilizador anaquel en ese mundo que ellos conciben con forma de estantería Muchos de los que se tienen por sólidos intelectuales no son sino malos bibliotecarios. 

Y no se trata aquí de emprender una defensa de la filosofía analítica. Si de algo está necesitada la filosofía analítica es de un ataque, pero de un ataque en serio. Aquí se trata de decir que Wingenstein no es un filósofo analítico. Wingenstein es un filósofo de Viena pasado por Cambridge; un calenturiento filósofo de estirpe alemana sometido a la ducha helada de la filosofía un heredero de Kant Y de Schopenhauer atravesado por la lógica formal un con ciudadano de Karl Kraus que llegó a ser colega de G. E. Moare, para acabar muriendo solo. Por eso hoy dos tradiciones se lo disputan. Por eso su filosofía es sobre todo el escenario de una magnífica tensión. Una tensión en dos sentidos: a lo largo y a lo ancho, por así decir. De una parte, la filosofía de Wittgenstein son dos filosofias. La primera de ellas encuentra su extensión contraída en el Tractatus Logico-Philosophicus.Para conocer la segunda es preciso acudir a varios textos publicados póstumamente, y en especial a las Investigaciones Filosóficas.

Ahora bien: al hablar de dos filosofías no quiere decir simplemente que, el pensamiento de Wittgenstein, como el de cualquier otro, haya ido evolucionando a lo largo de los años en un proceso de plácida maduración. La cosa es más grave: la segunda filosofía de Wittgenstein no es, en la intención de su autor, sino el laborioso rechazo de su filosofía anterior, la puntual destrucción de sus primitivas ilusiones filosóficas. Con independencia de la tinta derramada y Por derramar en torno a la cuestión de si hubo un sólo Wittgenstein, o tres, o infinitos, lo cierto es que él mismo se sintió doble, y así hemos de tomarlo. Se trata de un caso infrecuente. Hay, por ejemplo, quienes, fueron pecadores antes que filósofos, pero, no hacían filosofía mientras pecaban. Muchos hay, por otra parte que sólo hicieron filosofía después de convertirse. Wittgenstein hizo filosofía en todo momento. Afirmó y negó con el mismo rigor. Construyó y demolió con ña misma grandeza.De otra parte, cada una de esas filosofías es a su vez una perplejidad: son filosofías que se devoran a sí mismas. Si lo que dice elTractatus Logico -Philosophicus es verdad, entonces no es lícito escribir el Tractatus Logico- Philosophicus. Si la concepción de la filosofía que lasInvestigaciones Filosóficas nos proponen es correcta, tal vez hacer filosofía consista en mostrar que no es necesario hacerla.

Como todos los grandes libros de esta disciplina, los de Wittgenstein son libros imposibles, libros que se autoproscriben: sus autores se sobreponen a los límites de la razón para mejor establecerlos. Crispado como su filosofía, así era Wittgenstein. Nadie más lejos que él de la imagen del filósofo satisfecho de sí mismo, del filósofo instalado en la precaria serenidad que da el haber desterrado de su conciencia los problemas que podrían inquietarle, del filósofo de salón dispuesto a montar un consultorio donde resolver grandes cuestiones.«¿De qué te sirve -escribió a un amigo- estudiar filosofía, si todo lo que sacas de ello es poder hablar Con cierta plausibilidad acerca de abstrusas cuestiones de lógica y demás, sin mejorar con ello tu modo de pensar sobre las cuestiones importantes de la vida cotidiana?» Wittgenstein encarna el antídoto de esa mansedumbre intelectual que es la negación de la filosofía. Wittgenstein está entre quienes han asumido con entera lucidez el trabajo de filósofo y el trabajo de filósofo no es otra cosa que la «funesta» manía de pensar. «No se puede pensar decentemente si uno no quiere hacerse daño a sí mismo», dijo también Wittgenstein.

Wittgenstein hubiera sufrido, de todas formas. Sin embargo, pudiendo haber sido, entre otras cosas, músico, ingeniero aeronáutico, maestro rural, arquitecto, optó por la más refinada forma de tormento: optó por ser filósofo, que es la forma de atormentarse en vano. Gracias a eso pudo decir, en vísperas de su muerte y para que lo transmitieran a sus amigos: «Dígales que he tenido una vida maravillosa.»Para conocer a Wittgenstein no sólo es necesario leer sus obras como también lo mucho que ha sido escrito sobre ellas. Hace falta además, saber oír a Brahms; a Mahler, a Schonberg. Y también a Bach, ya, que Wittgestein quiso encerrar sus pasiones en formas rigurosas. Pero tampoco basta con eso. No es suficiente con leer y oír: es preciso, ver: ver, por ejemplo, la obra plástica que Eduardo Paolozzi dedicó a Wittgenstein con el título de «Vida atormentada». Y ver también algo que, siendo absolutamente necesario, es ya, por desgracia, imposible: un «Wittgenstein» de Vísconti. Tal vez sea mejor así: un Wittgenstein de Visconti, con Dirk Bogarde -que ya hizo de filósofo analítico en Accidente, de Losey, recorriendo luego en su carrera de actor, el camino inverso al del filósofo que estamos evocando- en el papel principal, posiblemente hubiera sido demasiado.

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