Alexandr Bogdánov

By febrero 5, 2019Sin categoría

Lvds_Bogdanov

Los valientes duermen solos. Sueño nº 773

Estrella Roja, de Alexandr Bogdánov 

“…LA IDEA DE UNA COLECTIVIZACIÓN RADICAL…”

«…Aleksandr Bogdánov dio un paso más en la idea de una colectivización radical al proponer el intercambio comunista de la sangre, llegando a fundar en 1926 el pionero Instituto de  Transfusión de Sangre de Moscú (…) En 1921, Bogdánov abandonó el activismo político y cultural para centrarse en sus investigaciones académicas. Era un gran economista y un muy buen escritor de novelas de ciencia ficción…» Juan Andrade y Fernándo Hernández Sánchez. 1917. La revolución rusa cien años después. Akal, Madrid, 2017. Capítulo: Sueños y pesadillas en la construcción del futuro. Página 115.

Filmografía selecta

Estrella Roja, de Alexandr Bogdánov. Título original: Krasnaya zvezda. Publicado en 1908. Edición española por Nevesky Prospects en 2010. Traducción de Marian Vía, James W. William. Prólogo de Edmund Griffiths. Postfacio de Marian Womack Traducción de Marian y William Womack. Ilustraciones de Sofía Rhei.

Material de prensa: presentación, notas y cronología

Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (nombre de pila en ruso: Алекса́ндр Алекса́ндрович Богда́нов, Aleksandr Aleksándrovich Malinovsky, en bielorruso: Алякса́ндар Маліно́ўскі, Aliaksandr Malinouski) (22 de agosto de 1873 en Grodno, Imperio Ruso – 7 de abril de 1928 en Moscú)

Sus dotes para la escritura son un aspecto menor para un personaje polifacético que probablemente es poco conocido porque su enfrentamiento con Lenin le condenó al ostracismo. En los primeros años del siglo XX fue una de las principales figuras de los bolcheviques, pero acabó siendo expulsado de entre sus filas y se fue de Rusia. Se había formado en cuestiones tan dispares como filosofía política, economía marxista, medicina y psicología y optó por viajar por Europa. Así, realizó estudios sobre el poder económico y militar de las naciones antes de que el tenso equilibrio que vivía el continente saltara por los aires al estallar la I Guerra Mundial. Después trabajó durante casi una década en un tratado filosófico que llamó Tectología: La organización universal de la ciencia. Su idea de «tectología» era la de unificar las ciencias biológicas, físicas y sociales porque se podían analizar como sistemas de relaciones. Estas ideas eran precursoras de lo que después se llamó teoría de sistemas y también de la cibernética. Sin embargo, una de las facetas más interesantes de Alexander Bogdánov y la que acabó siendo, por desgracia para él, la más decisiva de su vida fue la de investigador médico. En realidad, no es que tratase de curar enfermedades, sino que pensaba en mantener una eterna juventud y su método para conseguirla era muy sencillo: transfusiones sanguíneas de personas más jóvenes. En 1924, año de la muerte de Lenin, comenzó los experimentos y no le faltaron voluntarios. Curiosamente, María Uliánova, hermana del líder revolucionario, estuvo entre ellos. Pero como estaba convencido de las bondades de la sangre ajena tampoco tenía problemas en experimentar consigo mismo. Otro de los más prominentes dirigentes bolcheviques, Leonid Krasin, escribió: «Bogdánov parece tener 10 años menos después de la operación». ¿A qué operación se refería? Su colega se hizo más de una decena de transfusiones de sangre y anotó unos efectos prodigiosos: su vista había mejorado y la calvicie se había detenido, entre otros beneficios sorprendentes. No sabemos hasta qué punto todo aquello era real o tan fantástico como su novela sobreMarte, pero fue un buen pretexto para fundar en Moscú en 1925 elInstituto de Hematología y Transfusiones Sanguíneas, un centro inédito en el mundo. 

En 1928 murió con 54 años después de recibir la sangre de un joven estudiante que estaba enfermo de malaria y tuberculosis, aunque algunas hipótesis apuntan a que la falta de conocimiento que había en la época sobre los grupos sanguíneos tuvo mucho que ver en el fatal desenlace. Otra teoría afirma que esa transfusión fue en realidad un suicidio, puesto que su posición política había empeorado. El caso es que ni a Lenin, primero, ni más tarde a Stalin le hacían mucha gracia las ideas de su compañero revolucionario. Sus ideas filosóficas parecían amenazar el materialismo dialéctico –de hecho tuvieron cierta influencia sobre disidentes de la Unión Soviética-, así que sus obras desaparecieron del mapa hasta la década de los 70, fueron casi desconocidas en Occidente y muchas siguen sin estar traducidas. Aún así, gracias a él la URSS fue la primera nación que contó con un sistema centralizado de bancos de sangre y sus estudios sobre transfusiones fueron esenciales para investigadores posteriores, como Sergei Yudin, que organizó esas primeras instalaciones. Si volvemos por un instante al planeta de la novela Estrella Roja, Bogdánov describe unsistema sanitario basado en las transfusiones sanguíneas. Para resolver cualquier enfermedad las personas conectan sus sistemas circulatorios y, así, los marcianos gozan del doble de años de vida que los humanos de La Tierra. Un médico comunista reflexiona: el motivo de que los terrícolas estén tan retrasados es que tan individualistas que no conciben compartir su sangre.

Marte es un paraíso comunista en el que los trabajos manuales son hechos por autómatas y las personas emplean el tiempo en actividades culturales. Eso es lo que pasaba por la cabeza de Alexander Bogdánov y así lo plasmó en su novela Estrella Roja, publicada en 1908. Año del Zar de 1908. La Revolución se cuece en las calles de Moscú y San Petersburgo. Muchos no olvidan al acorazado Potemkin y su revolucionaria marinería. Muchos, como Leonid, sueñan con banderas rojas, con el socialismo, pero aún pasarán diez años antes de la toma del Palacio de Invierno. Lejos, muy lejos, a miles de kilómetros a través del espacio interestelar, en Marte, el Planeta Rojo (¿cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?), hace ya décadas que sus habitantes viven en una sociedad comunista y escriben en su cuaderno de bitácora los logros de su perfecto mundo laboral, de su impresionante arquitectura, de sus artes al servicio del pueblo, de su ultradesarrollada sanidad, de su longevidad casi sin límites.

Y ya puestos, se dedican a hacer proselitismo. Objetivo: la Tierra. Objetivo: Leonid, Lenni para los marcianos, «invitado» a conocer de primerísima mano los logros de la patria marciana y socialista. Con estos mimbres inverosímiles, en el Año del Zar de 1908, Alexander Bogdánov, filósofo, escritor y médico, escribió «Estrella Roja», una novela de ciencia-ficción que seguía la estela cósmica de Julio Verne y H. G. Wells, precursores de lo que los sapientes llaman «steampunk», un subgénero en el que los cacharros y los inventos casi suelen funcionar a vapor, un subgénero que también visita el cine («Wild, wild, west», Jim West en España, serie de gran éxito en los 60), el cómic, los videojuegos.  El propio Bogdanov era un comunista convencido, aunque acabó viéndoselas tiesas con Valdimir Illich Ulianov, más conocido del uno al otro confín del proletariado como Lenin. En Marte, a Leonid las cosas le irán moderadamente bien y hasta conocerá el amor de una marciana. Pero no es oro todo (ni siquiera acero, ni planes quinquenales) lo que brilla en el paraíso socialista y marciano. Leonid empezará a dudar… El resto del puzzle han de acabarlo ustedes, pero sepan que las piezas que les ofrece Alexander Bogdánov son escurridizas, de una sombría belleza, y una metálica melancolía. El cuaderno de bitácora de este viaje interestelar hacia la utopía comunista también se escribe con renglones torcidos: «He visto mucha sangre, mucho sufrimiento que no podría evitarse, he visto imágenes de muerte y destrucción que me durarán una vida entera…». He visto cosas que ni siquiera imaginaríais, naves ardiendo…

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