Los valientes duermen solos nº 588
Anselm Kiefer
(8 de marzo de 1945 en Donauschingen, Alemania)
La obra de Anselm Kiefer revela un conflicto entre dos mundos contradictorios (conflicto que podría entenderse como el del Berlín dividido y el de las dos Alemanias), así como una clara tensión entre el artista y la sociedad
En una concepción de la realidad más filosófica y literaria se puede situar a Anselm Kiefer, quien, tras sus estudios de derecho y literatura, y de sus cursos de pintura en Friburgo, Karlsruhe y Düsseldorf -en esta última ciudad junto a Joseph Beuys- se apropió, como se pone de manifiesto en sus obras de mediados de los setenta, de una actitud cultural procedente de la tradición romántica germánica, en la línea de Novalis, del que fundamentalmente le interesa el concepto de noche – de ahí el tono sombrío y, a la vez, sobrio de los cuadros-, de una noche, afirmó en una ocasión A. Kiefer, que sea capaz de desvelar y recuperar las fuerzas de la naturaleza.
Material de prensa: presentación, notas y cronología
Su pintura, que en lo histórico, al igual que las obras románticas – y entre ellas las de R. Wagmer- remite a los mitos germánicos (nibelungos, Parsifal, etc.), se convierte en un diagrama visual que describe la incompatibilidad entre un sentimiento orgánico de la naturaleza y el carácter moral de la conciencia del arte. Es desde esta perspectiva que A. Kiefer utiliza la imagen de la buhardilla, lugar en el que se guarda todo lo viejo, todo lo que ha caído en desuso, lo desgastado, para significar el sitio donde el artista acude en busca de su «alimento creativo», es decir, la tradición olvidada y muchas veces rechazada: «así como en una buhardilla -comenta A. Kiefer- se mezclan en un batiburrillo de anacronismos los objetos hace tiempo desechados con los guardados recientemente, en la tradición se conjuga lo novísimo con lo ancestral, dando como resultado una situación que invita continuamente a buscar las huellas de aquellos que la forjaron y la transmiten. Anselm Kiefer no suele utilizar informaciones/documentaciones de primera mano, sino las que previamente han pasado por las manos de diversos transmisores. Lo que le interesa es el mundo del desperdicio, de lo que queda tras el paso del tiempo, de lo olvidado, lo sumergido y sesgado: «El trabajo de Kiefer sigue así los contornos de una estrategia que Walter Benjamin definió a partir del concepto de salvamento y que constituye la base teórica de su obra».
Para F. Castro, A. Kiefer muestra en sus obras lo que benjaminianamente puede llamarse el momento mesiánico en la historia de la cultura: «Aquella intempestividad nietzscheana se transforma en un saltar sobre el pasado para romper el continuum histórico; Kiefer comparte con Benjamin el interés por saber cómo es el molino que aprovecha la corriente que llamamos tradición, del mismo modo que plantea la necesidad de establecer una recuperación del pasado capaz de interferir la estructura roma del presente»: Las transmisiones de la tradición, A. Kiefer las superpone unas a otras y las acumula a modo de palimpsesto propio de F. Picabia y S. Pole, tiene tanto que ver con la filosofía de la historia como con la técnica pictórica: «Mis cuadros -afirma el pintor- funcionan como un palimpsesto, como un texto que borra otros textos originales y que a su vez están siempre en peligro de ser borrados». Sus cuadros, de gran formato y compuestos a partir de imágenes fotográficas, conservan las huellas de distintos estadios, huellas que se traducen en capas de color de gruesos empastes, cada una de ellas superpuesta a la anterior pero sin hacerla desaparecer del todo. En ocasiones A. Kiefer llega incluso a utilizar el furia eliminar fragmentariamente el excesivo espesor de lo pictórico que ha ido acumulando. Este proceso de creación-destrucción de las capas pictóricas, en el que acumula, destruye, borra, oculta, construye, etc., manteniendo siempre distintas capas, distintos tiempos, distintas huellas y distintos estratos de la historia, es similar a la de las transmisiones de textos históricos, porque en el último término -sostiene A. Kiefer- nunca lo transmitido nos llega en su forma auténtica, sino después de pasar por las manos de diversos intermediarios que con sus interpretaciones han hecho desaparecer numerosos aspectos del contenido inicial de la obra.