Jacques Doillon

By mayo 2, 2019Sin categoría

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Sueño 841

Jacques Doillon

“…UN CINEASTA SIN CICLOS…”

«…Jacques Doillon es un outsider. Rodin fue la película más incomprendida de Cannes 2017 y el francés continua siendo un cineasta sin ciclos en filmotecas ni festivales, del que sus grandes películas, con La Vengeance d’une femme, a la cabeza, continuan siendo ignoradas. Doillon ha creado su ilmografía en paralelo al mejor cinde de Philippe Garrel, Maurice Pialat o Patrice Chéreau. A diferencia de La pasión de Camillero Claudel de B. Nuytten (1988), no hay un relato melodramático, ni nigún atisbo biopic. Lo que le interesa a Doillon es mostrar a un Rodin indagando en las texturas de la naturaleza para encontrar en ellas la esencia de la materia…» Cuaderno Crítico. Caimán, julio-agosto de 2018. Recopilado por Los valientes duermen solos, 2 de mayo de 2019.

Bibliografía selecta y material de prensa: presentación, notas y cronología

Jacques Doillon es de ese tipo de cineastas cuya casa uno se imagina exuberante en su barroquismo, a caballo entre una librería de manuscritos y primeras ediciones y un gabinete de curiosidades. Habla largo, despacio y en espiral. Intelectual, amante del arte y, ¡cómo no!, francés, muy francés. Lleva medio siglo dirigiendo películas y su nombre, para las revistas, siempre quedará ligado al de Jane Birkin, de quien fue pareja durante toda la década de los ochenta: hay vida más allá de Gainsbourg. Con setenta y cuatro años vive en el campo, en Normandía, y desde la provincia’ sigue batallando por hacer cine. Aunque «cada vez cuesta más», y no por falta de forma, sino por falta de medios. Su último trabajo, ‘Rodin’, sobre uno de los pocos escultores cuya fama trascendió a una disciplina con poco ‘sex-appeal’ para los profanos, se estrena este fin de semana en España. Como Auguste: Vincent Lindon. Como Camille Claudel: Izïa Higelin. Doillon, además, es un cineasta que no ve cine —¿para bien o para mal?—: «No siento la necesidad de ver cine, pero sí de leer. Pero tengo una docena de títulos que amo por encima de todo y que puedo volver a ver cada año.Bergman, Bresson, Renoir, Jacques Becker, Cassavetes… y me quedo ahí. La verdad es que cada vez necesito ver menos imágenes. Aunque me gustaría ver más imágenes mías y hacer más películas». 

En ‘Rodin’ el francés ha decidido centrarse en los años del Balzac, es decir, entre 1892 y 1897. «Es una de las obras que más amo», explica sentado en su butacón en el recibidor de un hotel del centro de Madrid. Al otro lado de la ventana, la Plaza de España, torrefacta. «Era un chico que había vivido en la miseria hasta los 30 años y que no fue salió de un entorno burgués, ni mucho menos, pero que acabó conquistando el mundo, aunque fuese un trocito, a través de su obra. Y este chico, que nunca consiguió entrar en ninguna escuela, que a los 35 años era un simple ayudante sin futuro, diez años después tenía obra de norte a sur de Francia: con Rodin vivo ya había obras suyas por toda Europa». Al igual que Fernando Trueba en su magnífica ‘El artista y la modelo’ (2012), Doillon intenta captar la materialidad de una disciplina a la que el cine nunca ha prestado atención por, quizás, un problema puramente cinético, como su propio nombre implica. Y ¿por qué Rodin? «Hasta 1890 Rodin fue un escultor de la época, pero a partir de ahí fue más que un precursor: anunció lo que iba a ser el siglo XX», justifica. «No fue un teórico, pero sí alguien muy intuitivo, con un cerebro muy reflexivo. El Museo de Arte Moderno más grande del mundo, el MoMa, se consagró a este tipo de arte a partir del siglo XX [su inauguración fue, exactamente, en 1929], y nada más entrar en él, lo primero que se veía era el Balzac de Rodin, que se había esculpido en 1897, más de treinta años antes. El Balzac era tan moderno que la mayoría de los críticos y de la gente lo odió: sólo un grupo muy reducido de artistas inteligentes —músicos, pintores— entendieron la importancia de esa estatua. Monet, por ejemplo, supo que iba a ser la obra más importante de Rodin. Brancusi, que en los últimos años de vida de Rodin fue su ayudante, supo que el Balzac anunciaba toda la escultura venidera del siglo XX». Su obra, en opinión de Doillon, no era lo suficientemente compromentida con el ideario republicano. «El Estado, recién salido del Segundo Imperio —la República es muy reciente—, en la época promocionaba a través de sus pedidos de arte a grandes hombres, a revolucionarios. Napoleón III acababa de caer en 1870 y en el Congreso de los diputados había una fuerte oposición tanto por parte de los monárquicos como de los bonapartistas. Y la República necesitaba símbolos. Por lo tanto, el arte les sirvió como forma de educación política; todavía en Francia hay muchas estatuas de ese tipo».

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