Los valientes duermen solos nº 998
Arabia (2017), de Affonso Uchoa y João Dumans
«Arabia ha sabido combinar las técnicas de análisis con una amplia visión de la realidad social: ha sido un esbozo biográfico, sociológico e histórico de los problemas estrictamente humanistas. .» Los valientes duermen solos. Viernes 20 de septiembre de 2019.
Arabia (2017), de Affonso Uchoa y João Dumans. Brasil. 96′. Guión y dirección: Affonso Uchôa y João Dumans. Elenco: Aristides de Sousa, Murilo Caliari, Gláucia Vandeveld, Renata Cabral y Renan Rovida. Fotografía: Leonardo Feliciano. Música: Francisco César. Edición: Rodrigo Lima y Luiz Pretti. Distribuidora: Cinetren. Duración: 97 minutos. Apta para mayores de 13 años. Salas: 4 (Cosmos UBA, Hugo del Carril de Córdoba, Cine Universidad de Mendoza y Del Centro de Rosario
Arábia es una película que está muy cerca de la literatura, de esos viejos relatos épicos, novelescos, donde el protagonista recorre distintos oficios en distintos lugares, es ir a lo desconocido: a nivel narrativo, geográfico, político, es ese viejo cuento de quien va alrededor del mundo y que termina volviendo a casa afligido, apagado, entendiendo algo más, sólo un poco más, sobre sí mismo. Arábia es El Lazarillo de Tormes. Pero también, de cierto modo, es Joyce. Arábia es un lugar. Es ingresar a Ouro Preto, esa ciudad brasileña célebre por su pasado colonial y su presente industrial, ciudad que a ojos de muchos es símbolo de progreso y turismo, pero de la cual no vemos en la película nada turístico ni glamoroso ni colonial. Aquí Ouro Preto son calles solitarias, paredes monocromas, asfalto sin pavimentar. Ouro Preto, y de ese modo Arábia, es abrir una ventana y que tu paisaje sea una fábrica, el humo que arroja, el sonido de sus maquinarias, su soledad, su tristeza.
Pero Arábia es también un muchacho que recorre el pueblo con prisa y en bicicleta. Por momentos parece ir con urgencia. Por momentos, con placer. El lugar no importa. Ouro Preto no importa. Las fábricas no importan. Lo que importa es ese no-lugar, ese espacio que inventamos para seguir en movimiento. Eso es Arábia, un no-lugar, un refugio para los nómadas, los siempre errantes, los trashumantes, los que pueden meter toda su vida en cuatro cajas o dos maletas. Arábia es moverse rápido en bicicleta mientras suena una música dulce que nos ha alistado a partir, a no estar.
Arábia es ese espacio donde vas a encontrarte con el otro, con el que prefieres no ver, no saludar, no conocer, con el que pensabas que era el infierno. Arábia es ir al país que no es el tuyo, entrar a esa casa que no es tuya, usar los utensilios de otra persona, correr las cortinas de una habitación que no te corresponde, abrir un diario ajeno. Y leerlo. Detenerse en los relatos de otro. Descubrirse en el otro. Y Arábia es también el descubrimiento de uno mismo. Es hablar en primera persona. Es entender por qué es importante escribir un diario alguna vez. Es pensar que no tenemos nada que decir, que no nos ha ocurrido nada importante, y de pronto encontrar el gusto a recordar lugares, momentos, personas que cruzan nuestras vidas. Es entender cómo, a través de la escritura, empezamos a pensar en cosas que antes no pensábamos jamás. Arábia es escribir porque necesitamos recordar. Escribir para fijar, para no olvidar.
Arábia es una película sobre alguien que no tuvo nada. Sobre aquel que nació perdedor. Sobre el que apareció en este mundo para picar las piedras donde luego habrá carreteras, el que recoge frutas para un hacendado a cambio de unos pocos centavos la hora, el obrero de fábrica que trabajará para siempre ahí hasta que morirá de cansancio o de pena. Son trabajos que no vemos en las noticias. Son personas que sostienen los milagros económicos de los países, sea Brasil, China o Perú, milagros que se inician aquí: sobre los hombros de trabajadores aplastados, anónimos, silenciados, aquellos que toda su vida se resume en resistir los golpes y aún así siguen despertándose temprano.
Arábia es una película sobre la dureza del tercer mundo. Pero aquí no hay gritos, reclamos ni exclamaciones de pobreza. No está el Brasil duro y miserable acorde a una interminable línea de cierto cine latinoamericano. Arábia es una diálogo con el pasado. Es el recordatorio de los derechos laborales a través de un relato oral y melancólico sobre quien reclamó por primera vez, quien fue arrestado antes que nadie, del que instauró un acto que cambió las cosas.Arábia son dos pequeños hermanos que apenas desayunan café. Arábia es una película que filma a los trabajadores con planos delicados, sencillos, centrados en sus cuerpos y en sus actividades motoras. Los vemos moverse, usar herramientas, golpear fierros, piedras, madera. Los vemos sacudir, picar, bombear, recoger. Y también entramos en sus casas con planos fijos de los utensilios que los rodean: las jarras de agua, los platos vacíos, las tazas viejas, las mesas gastadas.