Aula voladora de Melocotón Grande. Cine nº 423
The Duke of Burgundy (El duque de Borgoña), de Peter Strickland (Reino Unido, 2014)
Perfeccionista y cerebral, lúdico pero sin perder nunca las formas, Strickland –quizá el director británico contemporáneo más osado junto a Ben Wheatley, aquí productor ejecutivo- logra una película única que, recorriendo los laberintos del extrañamiento, desemboca en reconocible verdad universal.
Entre el vuelo onírico de dos polillas recorriendo un paisaje pintado por Paul Delvaux y el humor retorcido y sistemático de un hipotético entomólogo capaz de escribir una enciclopedia de lepidópteros imaginarios florece The Duke of Burgundy, una de las películas más hermosas, enigmáticas, elocuentes y heterodoxas que llegan a la cartelera de este verano. Tercer largometraje del británico Peter Strickland, The Duke of Burgundy convoca un personalísimo repertorio de referencias –de Fassbinder a Stan Brakhage, pasando por Juraj Herz y Luis Buñuel- en una cámara de ecos levantada en explícito tributo a las más hipnóticas manifestaciones del cine de Jesús Franco. La película supone una inmersión radical en las aguas más profundas de un cine del inconsciente, fundamentado en una absorbente experiencia visual trenzada entre texturas fetichistas, juegos de espejos y delicadas superposiciones, sin erradicar una cierta distancia irónica que aflora en recursos expresivos –el uso de maniquíes entre el público de las conferencias científicas- y sutiles bromas metatextuales –de la falsa marca de perfume en la deslumbrante secuencia del título a la presencia de un “human toilet consultant” (asesor de lavabo humano) en los créditos finales-.