Los valientes duermen solos nº 1070
Siempre tu palabra cerca (1977-1978), de Joaquín Areta
«Los poemas de Joaquín Areta pasaron por diversos estadios antes de llegar a ser este libro. Fueron escritos de manera urgente en una pequeña libreta roja entre 1977 y 1978. Acompañaron a su mujer durante 30 años y mecanografiados por ella recorrieron un largo camino público antes de convertirse a mediados de 2010 en el libro.» Los valientes duermen solos, sábado 28 de diciembre de 2019.
Siempre tu palabra cerca (1977-1978), de Joaquín Areta. Publicado en Buenos Aires por Secretaría de Comunicación Pública en noviembre de 2011. Colección Memoria en movimiento, voces, imágenes, testimonios. 128 pp. Rústica con solapas. 14 x 20 cm.
Joaquín Areta nació el 15 de agosto de 1955 en Monte Caseros, Corrientes; hijo de Juan Francisco Areta y Sara Sagarsazu. Era el cuarto varón de seis hermanos: Jorge Ignacio (Iñaki), Juan Francisco (Tico), Javier, José María (Pato) y Sara Elisa Del Rosario (Rosarito). A los 13 años con parte de su familia se traslada a La Plata donde comienza sus estudios secundarios en el Colegio Nacional, a los 16 años inicia su militancia en el Movimiento de Acción Secundaria (MAS), agrupación de base de la Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Luego de la fusión de FAR y Montoneros Joaquín comienza a integrar la conducción de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). En 1973 empieza la carrera de Medicina y en 1974 forma pareja con Adela Segarra. Con ella pasa a la clandestinidad en 1976 sin interrumpir su militancia en Montoneros. En diciembre de 1976 muere en combate su hermano Iñaki. En 1977 nace su hijo Jorge Ignacio. El 29 de junio de 1978 es detenido- desaparecido junto a Jorge Segarra y Julio Álvarez (Bache) en Capital Federal. Tenía 22 años, una mujer, un hijo, escribía poesías y documentos políticos. Leía mucho. Era muy memorioso. Escuchaba a Zitarrosa y a Chico Buarque, era fanático de Estudiantes de La Plata. Trabajaba en una fábrica, era operario. Vivía en una pequeña casa de un barrio obrero. Su vida, su ternura, su lucha trascendieron. A quienes lo amamos todavía su huella nos marca, todavía su palabra nos habla. Todavía Joaquín nos sonríe, nos pelea, nos endulza, nos acompaña. Hoy tiene un nieto, Iñaki Areta, hoy lo extrañamos.
Mantener la memoria “en movimiento” es un acto de responsabilidad mucho más complejo y trascendente que homenajear, recordar o reivindicar. Eso es algo que sigo aprendiendo más allá de los caprichos de la historia o de los gestos individuales. Cuando Néstor Kirchner leyó el poema de mi papá “quisiera que me recuerden” en 2005 no estuve ahí ni lo vi por televisión, ni siquiera sabía de la existencia del libro “Palabra Viva”, compilación de poemas y biografías de 71 detenidos-desaparecidos hecha por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) entre los que se encontraba ese poema. Le atribuí el hecho a una cierta forma del azar o de la “justicia poética” y guardé en mi altar personal ese “recuerdo”. Cuando finalmente fui testigo del instante breve y conmovedor en que la voz de mi papá se multiplicaba para siempre en la de Néstor sentí, junto a millones, que la historia y la memoria se construyen de forma esencialmente anónima. Existe cierta necesidad colectiva, más o menos abstracta, que trasciende las tragedias personales pero se nutre del recuerdo siempre vivo de los mejores, aquellos que en la lucha cotidiana tienen el valor de dar todo de sí mismos, la vida si es necesario.