Aunque no sería exacto decir que la geografía nos determina genéticamente, la realidad parece contradecir este enunciado. Tomemos por ejemplo el caso de Marta Sentís, nacida en Barcelona en 1949, pero recriada a partir de los tres años en París, ciudad que la vio crecer y que sirve de escenario a sus primeras inquietudes juveniles. Sin esa luz y ese idioma, sin la ferviente atención que exigen las calles parisinas, acaso la vocación de Sentís hubiera tenido un lustre menor. Por supuesto, al dar estas gruesas pinceladas no queremos desmentir la genuina identidad de la artista, que volvió a vivir en Barcelona, donde se reencontró con su estirpe sentimental. No obstante, se ve que el cosmopolitismo fue en ella una razón de ser y, por eso, al repasar su biografía, la encontramos siempre de paso: un par de años en Inglaterra, seguidos por un tiempo equivalente en Italia. El ciclo viajero concluye en Nueva York, donde se ganó la vida en las oficinas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Sentís disponía por entonces de un lugar idóneo para crecer como artista: el barrio del Soho, en plena ebullición creativa a mediados de los setenta. Y lo más importante: había descubierto que la cámara fotográfica era el instrumento ideal para animar ese talento suyo. Convertida ya en una fotógrafa ambiciosa, permaneció durante un año en las islas Maldivas y, cuando se cansó de sus colores, buscó otro escenario exótico, la ciudad de El Cairo. En adelante, su trajín es apabullante y bordea la aventura: África, Brasil y otras tierras lejanas reciben a Marta, que por un lado practica el fotoperiodismo y por otro se deja tentar por la intuición creativa.

En el campo profesional, Sentís ha abarcado un amplio repertorio. Además de colaborar con la OMS, ha sido responsable de fotografía fija en varios rodajes de cine y televisión. Buscando un patrocinio para sus reportajes, se puso a disposición de una agencia neoyorquina, Photo Researchers, y de otra barcelonesa, AGE. Muy merecidamente, sus obras se han expuesto en el madrileño Centro de Arte Reina Sofía (1991), en el Center for Creative Photography, de Tucson (1992), y en la Fotobiennale de Enschede, en Holanda (1992).