Los valientes duermen solos nº 666
Marlene Dumas
(3 de agosto de 1953 en Ciudad del Cabo)
“La sudafricana Marlene Dumas, la pintora viva más cotizada del mundo, expuso en 2014 en el museo Stedelijk de Ámsterdam cuatro décadas de su obra atormentada. Su arte oscila entre la tendencia pornográfica a revelarlo todo y la inclinación erótica por esconder lo que lo define.Entre sus sujetos figuran albinos africanos y actores porno. Hombres reventados a palizas y mujeres víctimas de violaciones. Marilyn Monroe, Romy Schneider e Ingrid Bergman, pero también Kate Moss, Naomi Campbell y Amy Winehouse. O incluso la propia hija de Dumas, además de su madre y su abuela.”
Marlene Dumas aparece al otro lado de la puerta de su estudio en De Pijp, antiguo barrio obrero convertido en foco de gentrificación a veinte minutos escasos del centro de Ámsterdam. Sin perder el tiempo, emprende una visita guiada por todos los rincones de un espacio diáfano y ventilado que comunica con un pequeño jardín cubierto. Por todos menos uno: la habitación donde suele pintar, cerrada a cal y canto, protegida por espesas cortinas que la aíslan de la luz natural. ¿Prefiere pintar a oscuras? “De todas formas, cuando pinto nunca hay demasiada luz”, responde de manera enigmática. Dumas es una mujer menuda y de pelo eléctrico. Accesible, exuberante y de risa contagiosa, pero con una vida interior que uno adivina compleja. “Mitad Dolly Parton y mitad Emily Dickinson”, confirmará ella misma un rato después. Cuando la conversación está a punto de empezar, la artista decide cambiar de escenario. “Vayamos al bar de la esquina y pidamos una botella de vino. Solo se logra conocer a alguien de verdad compartiendo una”.
Bibliografía selecta
Marlene Dumas: Measuring Your Own Grave, de Cornelia Butler, Richard Shiff, Matthew Monahan y Lisa Gabrielle Mark (Junio de 2008)
Marlene Dumas, de Ilaria Bonacossa, Dominic van den Boogerd, Barbara Bloom, Mariuccia Casadio, Craig Garrett y Michele Robecchi (Phaidon, NY, noviembre de 2009)
Marlene Dumas: The Image as Burden, de Leontine Coelewij, Kerryn Greenberg, Helen Sainsbury y Theodora Vischer (Octubre de 2014)
Material de prensa: presentación, notas y cronología
En 2014, Dumas protagonizó la mayor retrospectiva que se le ha dedicado en Europa. Tuvo lugar en el Stedelijk Museum de su ciudad de adopción, a la que llegó desde su Sudáfrica natal a los 23 años, hace ya más de media vida. La muestra, que pasó por la Tate Modern en febrero de 2015, condensa la integridad de una trayectoria iniciada en los setenta, durante la cual se ha convertido en uno de los nombres más respetados del arte de hoy. Y también en uno de los más cotizados. En 2008 se convirtió en la artista viva más cara cuando alguien pagó 4 millones de euros por un lienzo titulado The Visitor. Cinco años atrás, sus obras se vendían por 20.000 euros escasos. Existía algo en su expresionismo tenebroso que empezó a resonar en su tiempo. A Dumas le incomoda recordar el capítulo, tal vez porque ese debate desvía la atención respecto al contenido de una obra compleja y fascinante, como un enigma al que uno se enfrenta mil veces sin encontrar solución, de la que ella habla como si fuera su posesión más preciada.
Si se es algo perezoso, se la puede comparar con Bacon y con Richter. El primero dijo que la abstracción no le satisfacía porque no era “suficientemente cruel”. Lo mismo podría decir Dumas, que demuestra el mismo gusto por la figuración fantasmagórica y desgarrada. El segundo ha trabajado con la imagen fotográfica como inspiración para sus lienzos. Lo mismo puede decirse de Dumas, poseedora de cientos de carpetas repletas de recortes de prensa y postales de museos —que colecciona desde los ocho años—, que utiliza como base de sus retratos. Su estilo oscila entre la sordidez explícita y la belleza insospechada. Dumas pinta retratos de colores desteñidos, en los que figuran niños enfermizos, cuerpos violentados, víctimas del terror ajeno y personas que lo infligen a los demás. Dumas asegura que en su trabajo no hay mensaje. Sí, en cambio, tensión, ambigüedad y sigilo. “Mi arte oscila entre la tendencia pornográfica a revelarlo todo y la inclinación erótica por esconder lo que lo define”, sostiene la artista.
De entrada, cuesta entender qué la condujo hacia la pintura figurativa. En los últimos tiempos ha vuelto a imponerse, pero los artistas de su generación preferían el vídeo y la instalación. “Es cierto que no estaba nada de moda. De hecho, cuando empecé no quería ser pintora, porque quería ser moderna”, reconoce Dumas. “Y todavía menos dedicarme al retrato, un género de lo más reaccionario. Al mismo tiempo, existía un reto: intentar hacer algo distinto de lo habitual. Ahora todo el mundo se muere por Alex Katz o Chuck Close, pero entonces no les hacían ni caso”. ¿Lo que la impulsó fue reaccionar a lo dominante y aportar algo novedoso? “Se trata de algo habitual entre los artistas. Siempre aspiras a aportar algo que no existiera antes de que llegaras tú. En mi caso también influyó ser mujer. Todos esos machos como Pollock y compañía habían pintado de una forma muy determinada. Mi objetivo fue encontrar otra manera de hacerlo”.
Abundan los ejemplos que demuestran que lo consiguió. En 1990, pocos meses después del nacimiento de su única hija, Dumas pintó The First People, una serie de retratos de bebés con aspecto monstruoso, de rostros asimétricos y cuerpos casi alienígenas, alejados de los estereotipos publicitarios que ensalzan una maternidad idealizada. Sus retratos se suelen reconocer de lejos. Los protagonizan figuras espectrales con caras desteñidas, visitadas por fantasmas invisibles y aquejadas de mil síntomas de aflicción.