Manual de cronopios, de Julio Cortazar. Ilustraciones de José Luis Largo (1951, 1956, 1962, 1967, 1969, 1979, 1983)

By junio 5, 2017Sin categoría

MG. Cronopios

Aula voladora de Melocotón Grande. Poesía nº318
Manual de cronopios, de Julio Cortazar. Ilustraciones de José Luis Largo (1951, 1956, 1962, 1967, 1969, 1979, 1983) © Herederos de Julio Cortazar. Ediciones de la Torre, Madrid, noviembre de 1992

Un cronopio es una flor. Dos son un jardín. Lo dice Cortazar. Nada más parecido a un cronopio que un niño, impertinente, creativo, vital, descorcentante. Este manual quiere que ellos, los pequeños cronopios, se alimenten de lo que éstos prefieren: la imaginación que los transforma en flores. Francisco Uriz ha preparado esta edición con todo el amor que siente por la obra de Cortázar, del que fue su amigo personal. Para Uriz hay encuentros que quedan grabados para siempre. El de Cortázar es uno de ellos. fue en 1965, en una librería de La Habana. Abriéndose paso por entre los innumerables textos allí había una serie de libros de autores modestamente titulado Cuentos. Su autor era Julio Cortazar, un escritor argentino del que había oído hablar a unos amigos uruguayos en Estocolmo. Para Francisco Uriz fue un flechazo y como tal no necesita explicación. En todo caso, esas golondrinas dibujadas con tiza fueron para él, desde ese día, el símbolo de Cortazar. Y desde entonces Uriz trata de llevar siempre tizas preparadas. Florecía por aquel entonces el asociacionismo de los españoles en Europa -era antes de que las circunstancias y el implacable paso del tiempo lo aplastasen-. En Bruselas, Amsterdam, Ginebra, París, surgían como hongos clubes culturales y recreativos. Los nombres se repetían: García Lorca, Machado, Unamuno, Miguel Hernández, etcétera. Cuando Uriz y su esposa Marina (profesora de castellano) pusieron en marcha el suyo quisieron evitar la monotonía onomástica y lanzaron un ¿y por qué no club de los cronopios? Les gustaba ese mundo creado por Cortazar en que aparecían los famas, unos tipos conformistas, bien adaptados a todo. Bastó. Y ganaron, claro, y le comunicaron a Cortázar la noticia, enviándole también la interpretación que de la indefinida figura de los cronopios había hecho un niño sueco, Michael Nyberg. hay que decir que a Cortazar lo desconcertó la idea de unos socios se llamaban cronopios y esa palabra se fue llenando de un contenido muy positivo. A Cortazar le agarró la noticia en parís y les contestó de la manera que podemos ver en las páginas de las ilustraciones. Pasó el tiempo y el club seguía una vida activa. Al ir a cumplir los veinte años el club decidido a escribir una breve historia de sus actividades. Y, obviamente, le pidieron su contribución. Unos meses antes de su muerte les mandó una carta que terminaba con un críptico dibujo. «Se me acaba pronto la tiza». Lo que no se acaba es la tiza que él utilizó tantas veces para pintar golondrinas en el caparazón de las tortugas: su obra. El recuerdo de su conducta.