Aula voladora de Melocotón Grande
#Manga nº 450
Aruku Hito (El caminante), de Jiro Taniguchi
Título original: Aruku Hito. Kodasnsha, Japón, 1992. Edición española: Ponent Mon, Tarragona, 2016. Traducción de S. Shimoyama, Migual Ángel Ibáñez, Víctor Illera y Ana Millán. 240 pp. Cartoné. 19 x 26 cm
Taniguchi es uno de los mangaka más admirados en Europa, sobre todo en Francia e Italia.
Sus dibujos desprenden un lirismo y una sensibilidad poco usuales en el manga actual, orientado principalmente a la acción. En sus primeras ilustraciones Taniguchi se interesó al principio por los animales y después se decantó por las historias policíacas.
La época de Botchan es el manga que lo dio a conocer. Su estilo refinado, que suele equiparase al de autores de dibujos animados francobelgas, rezuma poesía por todas partes. En Occidente lo aprecian especialmente por El caminante, Barrio Lejano y El Almanaque de mi padre. No es exagerado decir que sus obras son la cristalización de la tira cómica occidental y del manga.
En alguna de las historias más bellas del dibujante japonés el lector tiene la sensación de que no está ocurriendo nada. Y, sin embargo, no puede dejar de leer. El gourmet solitario relata las experiencias de un viajante de comercio en los diferentes restaurantes que visita durante sus desplazamientos de trabajo. En la mayoría de los casos no va más allá de una apasionante lección de comida japonesa en la que Taniguchi se limita a describir el menú hasta el mínimo detalle. Los años dulces narra en dos tomos la inesperada amistad entre un profesor y una antigua alumna, con la que se encuentra por casualidad muchos años después. El caminante, que Ponent Mon acaba de reeditar en un volumen, es todavía más sencillo: describe a un individuo que camina, muchas veces al azar, por diferentes lugares. El protagonista decide tumbarse bajo un árbol en flor o charla con una mujer desconocida en una playa en una pequeña ciudad japonesa. Con estos elementos, Taniguchi construye sus historias a través de unas viñetas perfectas que dejan todo el protagonismo al dibujo.
Tal vez sea la calidad extraordinaria de sus trazos o la sensación de que uno está contemplando la vida, sin artificios, sin trucos, con una inmensa complejidad que solo puede describirse a través de esta sencillez, pero hay algo en los tebeos de Taniguchi que enganchan al lector, que le hacen identificarse con sus personajes que, solo aparentemente, no hacen nada. El ritmo sosegado de las andanzas de El caminante o la seriedad con la que el protagonista de El gourmet solitario se toma cualquier menú, por muy anodino que parezca, reflejan una mirada certera sobre las cosas importantes de la vida: un paseo matinal camino del trabajo, una comida en un restaurante popular.
Hoy en día, ¿quién se toma el tiempo de trepar a un árbol para recuperar un juguete extraviado? ¿De quedarse mirando volar a los pájaros, de saltar los charcos después de una lluvia? ¿O de bajar a la playa para devolver una concha? El Caminante nos invita a acompañarle en sus paseos, a menudo tranquilos y solitarios, y disfrutar de los placeres que procuran sus andanzas por su barrio.