Étienne-Jules Marey

By mayo 29, 2018Sin categoría

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Los valientes duermen solos nº 591

Étienne-Jules Marey

(5 de marzo de 1830 en Neaune, Francia – 21 de mayo de 1904 en París)

Étienne-Jules Marey era un médico francés, un fisiólogo apasionado por el estudio del movimiento. Para poder desarrollar su pasión, para saber cómo reflejar en el espacio la caída de un cuerpo o la circulación sanguínea, la resistencia al aire de una superficie o la «aliteración» de las patas de un caballo al galope, inventó dos técnicas: el llamado método gráfico y la cronofotografía

El resultado de su preocupación científica es válido para quienes se interesan por la medicina, la biomecánica, el aerodinamismo y la fisiología, pero también para el cine, la fotografía y diversos movimientos artísticos, ya sea la abstracción, el futurismo o el llamado arte cinético.

Bibliografía selecta

Laurent Mannoni, Mouvements de l’air, Etienne-Jules Marey, photographe des fluides (Coedición Gallimard / Réunion des musées nationaux, Colección «Art et artistes», 2004)

Material de prensa: presentación, notas y cronología

Una experiencia comenzada en 1860 y que tenía como objetivo desglosar los movimientos de un insecto, un pájaro, un caballo o un hombre, así como seguir el movimiento de una pelota una vez lanzada al vacío, los que traza un punto de luz en la oscuridad y, sobre todo, de ver cómo se comporta el aire cuando se topa con un objeto que va tomando distintas formas. Para la exposición se han reconstituido cinco «maquinas de humo», es decir, los primeros túneles aerodinámicos de la historia, ideados por Marey. Son cajas de cristal coronadas por 11, 21 o 57 tubitos de plomo por los que se inyecta humo con la ayuda de un ventilador. El humo era el fruto de la combustión de yesca y algodón y en el interior de la caja hay una placa que puede cambiar de forma, transformarse en círculo, en vértice o en varias superficies inclinadas. El choque de los hilos de humo era fotografiado por Marey, y esa técnica, puesta a punto entre 1899 y 1902, sirvió en su día para mejor diseñar alas y hélices y nos sirve aún hoy para hacer carrocerías de vehículos de serie o de Fórmula 1. Es la fotografía de lo invisible.

Toda la paradoja de la obra de Étienne-Jules Marey está ahí: en haber servido a la ciencia, pero en ser expuesta en un museo de arte. Lo cierto es que sus «máquinas de humo» tienen un poder hipnótico, una belleza y una elegancia enigmática que ya quisieran para sí las creaciones de tantísimos artistas. Etienne-Jules Marey (1830-1904), fisiólogo, médico, biomecánico e inventor en 1882 de la cronofotografía, base técnica de la cinematografía, dedicó tres años de su vida, de 1899 a 1901, a fotografiar los movimientos del aire. Hoy día nos impresionan la belleza y el carácter enigmático de sus clichés del humo, pero también nos plantean numerosos interrogantes. ¿Por qué se produjeron esas imágenes? ¿Cuál era la finalidad de las investigaciones y qué técnicas se emplearon? ¿Por qué haber recurrido al cliché instantáneo cuando en esa época (1899-1902) la cronofotografía y la cinematografía eran ya de uso corriente? Para entenderlo, hay que remontar a los orígenes de la técnica que ha dominado la obra y la vida del fisiólogo: el método gráfico. Este consiste en transcribir, en papel o en una superficie sensible, las fuerzas que actúan sobre un cuerpo en movimiento, vivo o inanimado. Como lo indica Marey en su libro La méthode graphique dans les sciences expérimentales… (1878), este método permite observar y medir la «relación del espacio y el tiempo que es la esencia del movimiento». Gracias a los instrumentos de registro, se obtiene por primera vez una huella de los movimientos o de fenómenos que los sentidos humanos no pueden, en general, percibir.

En la década de 1890, tras haber estudiado la locomoción de los peces mediante la cronofotografía, Marey intenta comprender cómo reacciona un líquido al paso de un cuerpo cualquiera. Para ello, dispone de un recipiente con agua agitada por una hélice y unas pequeñas esferas plateadas de cera y resina. La luz solar se refleja en esos minúsculos cuerpos brillantes en suspensión, y los efectos causados por un obstáculo colocado en el trayecto de la corriente se registran a la frecuencia de 42 imágenes por segundo. Este dispositivo le da la idea de realizar la misma experiencia con hileras de aire producidas artificialmente. Marey no es el único científico de fines del siglo XIX que desea observar los movimientos del aire. En 1893, el alemán Ludwig Mach fabrica una máquina de humo iluminada por una lámpara de arco. El futuro soplador de Marey habría de funcionar según el mismo principio. En Inglaterra, el profesor Henry Selby Hele-Shaw estudia la hidrodinámica fotografiando hileras de glicerina coloreada, pero Marey no conoce aún estos trabajos cuando en 1899-1900 empieza a estudiar la aerodinámica gracias al humo producido por una máquina. De cierto modo, no hace sino responder a una preocupación constantemente presente en sus trabajos: ¿cómo ver lo invisible? Al inicio de sus investigaciones, en la década de 1860, Marey pensaba que el futuro de la locomoción aérea radicaba probablemente en una máquina capaz de batir las alas. Después renuncia a esta hipótesis y se convierte en un ferviente partidario del aeroplano.

En Le Vol des oiseaux (1890), Marey explica: «Desde el punto de vista de la resistencia experimentada, es indiferente que el cuerpo sólido esté en movimiento en un aire tranquilo, o que esté inmóvil en un aire animado de movimiento». Así presenta el primero de los principios de sus futuras máquinas de humo: el del aire propulsado contra una forma que no se desplaza. Aborda entonces un tema apenas estudiado: el problema crucial para la aviación del flujo de aire alrededor de una superficie. A fin de que los aviadores puedan progresar, Marey imagina el procedimiento siguiente: «Producir una corriente de aire regular en un espacio cerrado, de paredes transparentes; hacer circular en esa corriente hileras de humo paralelas y equidistantes; colocar en su trayectoria superficies de formas diversas, que las hagan desviarse; iluminar bien las hileras de humo y tomar fotografías instantáneas de su aspecto, este era el programa previsto».

Marey construye su primer túnel aerodinámico en 1899. Las primeras fotografías que presenta en la Academia de Ciencias en 1900 permiten, según explica, conocer mejor la acción del ala de un ave en el aire: «Era importante hacer experiencias para mostrar qué dirección toman las hileras de aire cuando encuentran la superficie de un ala más o menos inclinada, con una curvatura variable». Marey construiría cuatro versiones distintas de su máquina, a medida que transformaba la primera versión y adaptaba los antiguos elementos a los nuevos. Comienza con una primera máquina de 13 tubos, pero los resultados no le convienen. Prosigue con una máquina de 13 tubos y después una tercera versión de 21 tubos. Sin embargo, hasta donde sabemos, Marey no publica ningún cliché de esas tres primeras máquinas de humo; sin duda, aún no estaba totalmente satisfecho de su procedimiento. Desde la primera comunicación a la Academia sobre su proyecto, el 16 de julio de 1900, Marey anuncia próximas y nuevas experiencias «con aparatos perfeccionados». En 1901 obtiene una subvención de la Smithsonian Institution de Washington gracias al pionero estadounidense de la aeronáutica, Samuel Pierpont Langley. Esta aportación financiera le permite fabricar en 1901 una máquina de 57 corrientes de humo. Añade una regla de 20 cm de longitud y un «vibrador eléctrico», que sacude diez veces por segundo los pequeños tubos. Así se puede calcular la velocidad del aire observando el recorrido de las ligeras oscilaciones que se forman regularmente a lo largo de las hileras de humo. Los clichés obtenidos representan pues el comportamiento del aire cuando encuentra un plano inclinado de ángulos variados, y los resultados, desde las primeras fotografías, son análogos a los que Marey había obtenido antes sobre los movimientos de la onda.

Esta última versión parece satisfacerlo, el 3 de junio de 1901 presenta cuatro clichés a la Academia y describe un nuevo túnel. Algunos de estos clichés sin duda han salvado la vida a muchos aviadores, ya que por primera vez se veía efectivamente lo invisible, es decir, la manera como el aire reacciona ante determinadas formas. En general, tras haber publicado sus imágenes aerodinámicas, Marey casi no ha dejado comentarios teóricos. En el fondo, parece desinteresarse de los resultados científicos obtenidos con sus clichés. El penúltimo artículo que dedica a su máquina, publicado el 7 de septiembre de 1901 en La Nature, se termina con las líneas siguientes que muestran que el fisiólogo ya ha pasado a otro tema: «Se concibe fácilmente la multiplicidad de problemas que puede resolver este método. Los hemos expuesto en detalle, a fin de que pueda ser utilizado por todos aquellos que se interesan en la aviación, la propulsión en los fluidos, la ventilación, en fin, todo lo relacionado con los movimientos del aire». No sorprende esta actitud de Marey. Es un científico polifacético y bulímico, que aborda todos los temas que giran alrededor de su obsesión: el movimiento. La misión que se fija ante todo es registrar gráficamente la huella de los movimientos, hacerlos visibles. Deja a otros, más competentes, la tarea de analizar las imágenes obtenidas. A veces, cuando domina el tema, cumple a la perfección esa difícil labor. No obstante, además de sus deficiencias en matemáticas, Marey mostró siempre una cierta incapacidad para adoptar la metodología de un físico. En este caso, se tiene la impresión de que está fascinado sobre todo por el espectáculo que le ofrece la máquina, por la belleza hipnótica de sus clichés. Sea como sea, aunque no tarda en dejar de lado su máquina, lo cierto es que ha iniciado una técnica fundamental en Francia. Los túneles aerodinámicos del tipo Marey se utilizan en los laboratorios de investigación científica e industrial. Se siguen construyendo túneles aerodinámicos de humo, con medios más modernos y más costosos, que producen clichés instantáneos magníficos, muy similares a los realizados por Marey a principios del siglo XX. Desaparecieron cuando la Estación Fisiológica y el Instituto Marey fueron demolidos para ampliar el estadio Roland Garros en 1979. Gracias a una subvención excepcional del Centro Nacional de la Cinematografía, la Cinemateca Francesa ha podido reconstituir en 1999 una de las máquinas de Marey. En el marco de la presente exposición, coproducida con la Cinemateca Francesa, el Museo de Orsay ha fabricado otras cuatro máquinas.

Puede parecer curioso que después de haber iniciado la cronofotografía, Marey vuelva al final de su vida a la fotografía instantánea. Sin embargo, no hace sino anticipar, una vez más, una tendencia estética y técnica del cine moderno, sea de ficción o científico. Marey es un adepto de la toma fotográfica a gran velocidad. Desde principios de la década de 1890, alcanza en sus películas la frecuencia de 100 imágenes por segundo. Paradójicamente, a fuerza de multiplicar por millones o por miles de millones la frecuencia de las imágenes, se vuelve de cierto modo a la producción de un superinstantánea fotográfica, precisamente lo que Marey preconiza al final de su vida para captar los flujos de los movimientos del aire. Además, los clichés realizados a partir de 1889 con la máquina de humo evocan, sin lugar a dudas, la iconografía del método gráfico: trazos blancos sobre un fondo negro. En varias ocasiones, Marey designará sus fotos del humo no como «instantáneas», sino como «cronofotografías», aunque este término se aplique a priori a los estudios secuenciados de un movimiento. Tal vez sea porque los clichés instantáneos de Marey asocian crono, foto y grafía: crono, gracias a la ondulación de los canales de humo; foto, con la luz del flash y la cámara fotográfica; la grafía, en fin, porque los surcos luminosos dejados por los canales de humo sobre la placa sensible se leen y analizan como si fueran gráficos. Marey efectúa así un retorno a sus raíces y cierra con broche de oro más de cincuenta años de investigaciones en torno al gráfico y su mundo enigmático en blanco y negro.

La técnica de los túneles aerodinámicos es perfeccionada a principios del siglo XX por los ingenieros y fabricantes de aviones y de automóviles. El ejemplo más célebre, algunos años después de Marey, es el laboratorio de aerodinámica de Gustave Eiffel (1832-1923) situado en Auteuil. En lo que respecta a los estudios sobre la resistencia del aire y la caída de los cuerpos, Eiffel sigue el mismo itinerario de Marey: empieza por el método gráfico y termina por el túnel aerodinámico. La diferencia radica en que, partiendo de los mismos principios, Eiffel establecerá toda clase de leyes que se enseñarán en las escuelas de ingeniería. Esta exposición, organizada con ocasión del centenario de la muerte de Etienne-Jules Marey, permite presentar un periodo poco conocido de su obra. Sin embargo, al igual que en sus célebres películas cronofotográficas, los clichés de humo y las máquinas reconstituidas nos ofrecen un espectáculo en el que el arte y la técnica se combinan en armonía. Las imágenes producidas son de una belleza excepcional y no dejan de cautivarnos. Durante la primera exposición sobre Marey, organizada en la Cinemateca Francesa en 1963, Henri Langlois describía la obra del fisiólogo en estos términos: «no hay nada más secreto, nada más lírico, nada más explosivo, nada más actual que el silencio de sus negros y la ligereza de sus blancos».

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