Henryk Skolimowski

By agosto 5, 2018Sin categoría

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Los valientes duermen solos. Sueño nº 650

Henryk Skolimowski

“…UNA ÉTICA PARTICIPATIVA…”

“…El padre de la ecofilosofía, Henryk Skolimowski, propone una ética participativa que supere la contraposición del hombre con la naturaleza. ¿Qué papel juega la mente en la construcción de la realidad? ¿Existe una verdad absoluta y verificable, o bien, como apuntó Kant y la física cuántica parece constatar, las verdades dependen de las percepciones, la sensibilidad y las facultades cognitivas de la mente humana…” La mente participativa. Una nueva teoría del universo y del conocimientoPágina 260.

Bibliografía selecta

Ecoyoga (Editorial Kier, 2000)
La mente participativa. Una nueva teoría del universo y del conocimiento (Colección Memoria mundi 104. Traducción Juan Arnau y Su Lleó. Prólogo Jordi Pigem. Cartoné, 488 páginas. Ediciones Atalanta, Vilaür, 2016)
Filosofía viva. La ecofilosofía como un árbol de la vida (Colección Memoria mundi 111. Traducción de Francisco López Martín. Cartoné. Ediciones Atalanta, Vilaür, 2017) 

Material de prensa: presentación, notas y cronología

Henryk Skolimowski (4 de mayo de 1930 en Varsovia – 6 de abril de 2018)

Henryk Skolimowski estudió lógica y musicología en la Universidad de Varsovia y se doctoró en filosofía en Oxford. Más tarde se trasladó a la Southern University de Los Ángeles y a la Universidad Ann Arbor de Michigan, donde ha permanecido muchos años como docente. Hoy en día Skolimowski es considerado la figura más relevante de la ecosofía y una de las personalidades más rigurosas que abogan por un cambio de paradigma. La tesis principal de Henryk Skolimowski, profesor emérito de la Universidad de Michigan y experto en ecofilosofía y epistemología evolutiva, es que el mundo no es únicamente una suma de objetos inertes y materia objetivable, sino una red sutil de relaciones complejas y participativas en la que nosotros, espectadores y actores, jugamos un papel crucial. Nuestra mente no es pasiva. Reconocer esta condición creativa, así como la dimensión holística y espiritual del cosmos, es el fundamento del modelo evolutivo y transformativo que plantea este libro, y que pensadores como Heráclito, Bateson, William James o Bergson ya habían esbozado con anterioridad. A partir de un lúcido y elocuente análisis histórico de nuestras sucesivas concepciones de la realidad, incluida la de la propia ciencia moderna. Skolimowski postula un nuevo paradigma que busca dar respuesta a la crisis de valores que asola la civilización occidental en el siglo XXI. Su idea de un universo participativo recupera aspectos esenciales del conocimiento como la empatía y la aceptación del misterio del cosmos, inherente al orden natural de las cosas, al tiempo que ofrece una vía de salida al nihilismo contemporáneo y reclama la esperanza como elemento irrenunciable de la condición humana, no sólo como parte de nuestra estructura ontológica sino de la cultura mental que nos sostiene cada día.

«La filosofía académica de nuestro tiempo, escrita por puros cerebros, se ha vuelto ilegible para la gente corriente e incluso para quienes están mejor formados”, constata Henryk Skolimowski: se erige “como un curioso monumento en ruinas”. Ante las ruinas (se sabe) sólo cabe la contemplación respetuosa y el alivio de no tener que vivir en ellas, pero el autor explora otra vía, la del desplazamiento. Nacido en Polonia en 1930 pero doctorado en Oxford y con una larga experiencia docente en Estados Unidos, Skolimowski propone desplazar el centro de la discusión filosófica del ámbito del sujeto al de su interacción con el mundo.

No se trata de negar la larga y muy rica tradición del pensamiento occidental, cuyo tema ha sido de forma predominante el individuo, sino, afirma el autor, de proponer un nuevo comienzo para el cual éste se inspira en los presocráticos: en su recurso a la imaginación, en la fuerza poética de sus ideas, en su uso de los símbolos, en su condición (por fin) de pioneros, los presocráticos le permiten desembarazarse de un pensamiento filosófico absorto en su propia contemplación para avanzar hacia un modelo presidido por la mente y por la forma en que ésta adquiere un conocimiento del mundo que es, esencialmente, cocreador: al contemplarlo, la mente participa de él y contribuye a su existencia, al tiempo que, como es evidente, se crea a sí misma y al sujeto. Un “nuevo concepto de persona” surge así en reemplazo de modelos “antiguos [que] se han vuelto completamente inservibles”; de acuerdo con él, el hombre es, sencillamente, una cierta sensibilidad en interac­ción permanente con lo que la rodea. “Nuestros esfuerzos participativos deben favorecer la vida a largo plazo”, sostiene Skolimowski, quien es considerado el padre de la ecofilosofía: la supervivencia del mundo y la nuestra dependen de que nuestra sensibilidad “evolucione” (la expresión es del autor) hacia formas de interacción que contemplen la responsabilidad y la compasión hacia todas las criaturas vivientes.

“Necesitamos crear formas participativas de vida que vayan más allá de las maneras de participación que ejemplifican el bingo o el carrusel del consumo”, afirma Skolimowski. EnLa mente participativa revisita las concepciones de empiristas y racionalistas, destaca las figuras del filósofo austriaco Karl Popper y de Pierre Teilhard de Chardin, da cuenta de las formas de comprender el mundo que han caracterizado el pensamiento occidental desde su origen, rechaza (por considerar que ya no funcionan, en el sentido de que no permiten vivir “mejor” o “evolucionar”) tanto la religión como el conocimiento científico y el pensamiento racional (que el autor considera una respuesta a las demandas del medio no más sofisticada ni útil que la que ha garantizado la supervivencia de formas de vida supuestamente “inferiores”, como las amebas); también discute la teoría de la verdad como correspondencia, revisa la función de los símbolos en “la evolución del hombre” (en una elección por completo injustificada escoge sólo tres: el Buda sobre la flor de loto, la cruz cristiana y la Shiva danzante), diseña la relación entre la mente y el mundo como una espiral de conocimiento, propone (finalmente) un modelo en el marco del cual el “yo individual” se inserta en el “yo social/cultural”, el cual, a su vez, participa del “yo cósmico/universal”: de esta serie de participaciones y pertenencias se extrae la naturaleza del hombre, pero también la propuesta de una ética participativa que supere el agotamiento de las formas tradicionales de pensamiento filosófico y las categorías monolíticas que contraponen al hombre con la naturaleza y a su esencia de lo que éste hace consigo y con los demás. Al fin y al cabo, “hemos nacido en tiempos difíciles y, de forma justificada, podríamos sentir lástima de nosotros mismos. […] Los periodos críticos como el nuestro destruyen muchas almas menores, pues suponen un reto para nuestra esencia última, [pero] aquellos que la asuman prevalecerán y darán testimonio de la fibra indestructible de la condición humana”.

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