Sueño 898
Giuseppe Ungaretti
“…DESNUDANDO LA MITOLOGÍA DE LOS BOSQUES ESLOVENOS…”
«…Conozco una ciudad / que cada día se llena de sol / y todo es atrapado entonces por un éxtasis. Me fui una tarde. En el corazón perduraba el canto / de las cigarras. Desde el buque / barnizado de blanco / he visto / mi ciudad desaparecer / dejando / un poco de tiempo / un abrazo de lamparillas en el aire turbio / suspendidas…» Silencio. Mariano a 27 de junio de 1916. Los valientes duermen solos, un miércoles 3 de julio de 2019.
Bibliografía selecta y material de prensa: presentación, notas y cronología
Vida de un hombre. 106 poesías 1914-1960, de Giuseppe Ungaretti. Edición bilingüe. Libros del egoista. Libertarias / Prodhufi. Traducción de Gianna Prodan y Miguel Galanes. Título original: Vita d’un uomo. 1969 Arnoldo Mondadori Editore Spa. Milano. Cubierta: J. Wanda. Director de la colección Miguel Galanes.
Varios de los poetas mayores del siglo XX “atacaron” el centro desde la periferia: Fernando Pessoa, por ejemplo, desde Lisboa. Ungaretti (nacido, igual que aquel, en 1888), desde el otro extremo, Alejandría; la misma ciudad que, 15 años antes, había visto nacer al gran Constantino Cavafis. Fueron los tres mayores renovadores de unas tradiciones tan gloriosas como algo alicaídas de modernidad: portuguesa, griega, italiana. Tres lenguas que, gracias a ellos en buena medida, iban a volver a integrarse en el tronco mayor de la lírica europea del siglo XX. Ungaretti nació en Egipto porque su padre, toscano de Lucca, había ido a trabajar en la construcción del canal de Suez; de allí pasaría al bullente París de los años previos a la Gran Guerra (se enrolaría como voluntario), donde conoció a Apollinaire, quien le señaló la vía para actualizar el legado de los simbolistas franceses, ídolos de sus años de formación.
El talento de Ungaretti consistió en no imitar a ninguno de los dos, sino en metabolizarlos en su luminoso estilo fragmentario, que nace ya rotundo en sus primeros opúsculos —uno de ellos, El puerto sepultado, salió en 1923 con prólogo de… Benito Mussolini— que luego recogería en su primer libro importante, La alegría (1931). La esencia musical de la poesía simbolista y la manifestación pictórica de la vanguardia se transforman en el destello de una economía extrema de palabras; su famosa ‘Mattina’ (“M’illumino / d’inmmenso”; “Me ilumino / de inmensidad”, en la traducción de Carlos Vitale) es un emblema de esa poética. Como señala certeramente el brasileño Haroldo de Campos en un ensayo de los años setenta que este volumen rescata, con gran tino, a modo de prólogo (recordando que Ungaretti fue en parte poeta brasileño: vivió en São Paulo en uno de sus periodos de mayor esplendor creativo, entre las décadas de 1920 y 1930), el juego de los acentos rítmicos, el color vocálico y la breve mancha de tinta resonando contra el blanco del papel establecen una prodigiosa amalgama entre oído clásico y arte plenamente contemporáneo. No casualmente, Ungaretti unió en un libro sus traducciones de Góngora y de Mallarmé. Lamentablemente, el aspecto gráfico de la poética ungarettiana se pierde en esta edición, que llena la página con sucesivas composiciones e incluso establece cortes de poema entre una página y otra, suponemos que para componer un libro menos voluminoso.
Sentimiento del tiempo (1933) y El dolor (1947), en los que el verso se vuelve más expansivo y el ritmo se suaviza en cadencias menos herméticas, son otros de los grandes títulos de la obra del poeta de Alejandría. Su relación de pertenencia y de distancia a la vez respecto de Italia —a diferencia de poetas tan diversos como Montale, Pavese o Pasolini, que encarnaron, en distintas sensibilidades y facetas, el complejo destino del país— hace que la obra de Ungaretti dibuje un itinerario humano y artístico solitario y, acaso por eso mismo, más universal: de allí el título elegido para el conjunto de su obra, Vida de un hombre. Buena parte de ella había sido ya traducida al castellano; dos ejemplos excelsos: la versión de Oreste Fattoni de La alegría. La tierra prometida (Buenos Aires, 1974) y la de Tomás Segovia de Sentimiento del tiempo. La tierra prometida (Barcelona, 2006). El mérito de la edición de Igitur consiste en reunir en un único volumen toda la obra, en excelente traducción de Carlos Vitale; agregando los poemas escritos en francés (y en versión de Lentini y Gaviria) de la época parisiense, dedicados a Apollinaire, Cendrars o Breton, y muy interesantes en su encendido espíritu vanguardista.