EL ORIGEN DE LAS VEINTIOCHO LUNAS
VEINTIOCHO LUNAS
- Enriqueta Martí
- Sofía Perucho
- Llum y Plaza
- Dolors Marín
- Lili
- Mujeres Libres
- Victor Català
- Bruixa Toulousse (La bruixa de dol, Maria Mercé Marcal))
- Isabel Barba Formosa
- Amor Estadella
- Laure Klarwein
- Amalia Domingo
- Teresa Claramunt
- Aurea Cuadrado
- Ana María Moix
- Herbaria
- Amalia Gitana
- Flor de otoño
- Salomé (Nazario, Papaseit)
- Aurora
- Eulalia
- Aurea Quadrado
- Pepe Otal
- Solidaridad
- La Llibretaria
- Tramuntana
- Josefina Maynadé
«Perdoneu, llegidors, si encara són notes pardes les d’aquest llibre.
El cor huà es com una casa a quatre vents: per tres hi doná ara l sol, ara l’ombra, però l quart està reservat a l’ombra exclusivament. Els que guaiten pels primers veuen quadros alegradors, sadolls de vida: no tenen taques fortes, perquè fins les notes fosques hi són assoleiades i calentes de les plenes resplendors. Més qui sen va a guaitar pel darrer costat, topa am visions ombrivoles, ombrivoles d’ombra freda, verge de passats arroenaments.»
VICTOR CATALÀ. Als llegidors.
La noté por primera vez la primavera del año pasado. Sería a inicios de abril de 1989. Tenía diez años. Era esa época en el que la heroína había llegado al barrio desde los años setenta y se podía conseguir en diversos bares de la calle o en el taller de bicicletas de la calle Robadors número nueve: era el vaivén entre las gentes de desgraciadas, que sólo se encuentran en esos barrios. Lo recuerdo bien. Era viernes por la noche. Y había bajado a la calle con mi padre. Por alguna razón la librería Príncipe, en la calle Príncep de Viana número uno del barrio Chino de Barcelona, estaba cerrada, así que decidimos cortar por la calle de atrás. Era una noche clara, pero la calle aún estaba casi toda en tinieblas, y me encontré caminando, muy cerca de los agujeros de la pared, una delgada franja de pintura que recorría la calle a lo largo.
«Irània eés un animal femella d’una gran delicadesa, i molt tímid. Habita a les obagues i a les cofurnes més pregones i ombrives de les forests; però aspira a la llum i somia de convertir-se en un ésser volador, talment una papallona lleugera i errívola.»
Desde ahí la vi por primera vez. Tenía el aspecto de Irània*, aquel animal «femella» ilustrado por Sofia Perucho que aspira a luz y sueña de convertirse en un ser volador; una mariposa ligera y errívola: «unas alas incipientes -translúcidas, caprichosas y movedizas-, indispensables para balancearse con coquetería por la cima de las pinedas o chopos, constantemente soñados-
Podía abducirte como un alien que te rompe el pecho, intoxicarte con sus modales, convertirte en un zombi par
caballero español, y lo es. Tiene una edad insolente aún para quienes cuentan menos que él. Este hombre, ni viejo ni joven se llama
Su cresta sobresalía hacia los techos. Sorprendido de no haberla notado antes, me pregunté que era y luego la olvidé durante varias semanas. Volví a ver la Luna pintada a través del hueco. Parecía muy cerca. Hasta donde recordaba, el camino donde primero la vi estaba a unos 200 metros. No tuve tiempo de calcular la geografía, pero esa noche le mencioné el graffiti de la Luna a mi padre. Le pregunté para qué servía. Dijo que nunca la había visto. Unas semanas después visitamos al hermano de un amigo de mi padre que seguía en la cárcel. Así que fuimos en autobús. La visita resultó ser deprimente porque le acaban de negar la libertad condicional. Al esperar el autobús de regreso noté un graffiti de otra Luna, pero me sorprendió que el diseño fuera igual a la que estaba por casa. Me sorprendí aún más cuando el autobús paró frente a una fábrica y noté otro graffiti de la Luna idéntica dentro de la propiedad. Decidí echar otro vistazo a la de mi casa cuando volviera, pero cuando llegué ya estaba oscuro. No había Luna y no pude verla ni por encima de los tejados ni pintada en la pared. Esa noche soñé que estaba preso en la cárcel. Mi cuerpo estaba paralizado y solo mis ojos podían moverse. Al principio pensé que estaba en total oscuridad, pero después de un tiempo, noté una mancha grisácea, que permanecía en el mismo lugar cuando movía mis ojos. Me di cuenta de que estaba en una pared plana y negra. Tuve la sensación de que la habitación estaba muy iluminada, pero no estaba seguro. La tetera de mi padre me despertó a las siete y media. Había llovido esa noche pero al abrir la cortina descubrí que el cielo de la mañana estaba despejado. Temblando, rápidamente me vestí. Seguía pensando en el graffiti de la Luna. Así que tras desayunar salí a mirarla más de cerca y averiguar exactamente para qué se usaba. Cuando llegué al lugar donde primero la vi no estaba a la vista. Regresé por la misma calle. Incluso me paré en las paredes, pero no vi nada. Recorrí las calles cercanas por si me había equivocado de ruta pero no había rastro de las Lunas pintadas. Volvimos al autobús y tampoco pude verlas desde ahí. Así que fui a acompañar a mi padre al puesto de periódicos donde vendían el Ajoblanco cruzando la calle y le pregunté al hombre de ahí lo que le había pasado a las pintadas de las Lunas. No sabía nada. Esa noche dejé el Ajoblanco frente a mí y me quedé dormido. A medianoche me despertó el olor a spray y abrí los ojos para ver la nube de CFC que subía, y recordé mi conversación previa. Abrí la ventana y cuando señalé donde estaba, la Luna me miró fijamente. Me apoyé en la pared, tratando de controlar mi respiración. Había comiendo pipas una chica de trece años con palomas en la cabeza. Intenté preguntarle por las Lunas pintadas pero huyó antes de que terminara. Paré a la chica pero me ignoró por completo. Bajé con mi padre y empecé a caminar. Se me desató una de las agujetas, y mi zapato rozaba mi talón incómodamente al caminar. En la confluencia de la calle del Carmen y calle Hospital se encuentra la plaza del Pedró; y en ella el monumento más antiguo de Barcelona: la fuente de santa Eulalia (1673). El nombre de la plaza proviene del padrón según la leyenda, fue martirizada y crucificada Eulàlia en este lugar. Me agaché frente a la fuente y miré hacia arriba desde la cera. Vi el graffiti de la Luna en rostro de Eulàlia mientras me percataba que era ella la chica de trece años. Entré en pánico y corrí, pero al llegar al final de la calle el graffiti de la Luna estaba ahí esperándome. Doblé la esquina y la vi de nuevo. Seguí corriendo, dando distintas vueltas pero cada vez que alzaba la mirada veía la Luna. Para donde corriera siempre tenía a Eulàlia enfrente de mí. Llegué a casa y me caí a la cama, pero al cerrar los ojos las Lunas de Eulàlia aún me miraban. Las Lunas pintadas se hicieron más y más oscuras y la masa de la Luna de Eulàlia parecía presionarme la frente y apretar mi cabeza contra la almohada. Intenté mantener los ojos abiertos y miré la ventana dormido. Finalmente, la Luna de Eulàlia se desvaneció y caí en un sueño profundo y sin sueños. Me desperté extrañamente tranquilo. Mientras desayunaba hice un balance de mi situación. Aparentemente iba a tener que quedarme en casa, pues no me cabía duda de que si salí volvería a encontrarme con las Lunas de Eulàlia. Me resigné a mi destino. Primero pasaron rápido los días al pasar todo mi tiempo escribiendo este guion. Escribir nunca me había resultado fácil. De alguna manera, aprecié mi encarcelamiento ya que me obligó a seguir trabajando. Perdí la noción del tiempo y pasé Veintiocho Lunas viendo por mi ventana. siempre hacia abajo, por si la familiar figura se aparecía sobre mi. Empecé a usar una gorra con una gran visera para que no hubiera peligro de ver la Luna con mi visión periférica. Al pasar las semanas aumento mi obsesión. Tardé unos meses en recuperarme pero los médicos fueron comprensivos y por primera vez pude hablar sobre la Luna pintada en detalle sin sentir que mi público quería cambiar de tema. Cuando me dieron el alta tenía claro que la Luna pintada sólo había existido en mi mente. No sentí miedo cuando volví a ver las Lunas pintadas. En cambio, solo pude reír porque parecía tan absurda, mirándome a través de los árboles. Sentí que volvía mi antigua curiosidad. Me pregunté cómo me había encontrado. Lo que no se notaba la distancia. Abrí la puerta y entré en la oscuridad. A la autora del graffiti de la Luna la noté por primera vez unas semanas después de saber de su muerte el 12 de febrero de 303. Recuerdo bien el día que descubro una parada de bus, la del 303, justo en la altura de la fuente de santa Eulàlia. La conductora para. Abre la puerta y espera a que suba. Cierra la puerta. Minuto a minuto dejamos atrás los grandes cruces. Fue la primera vez que fui a visitar su tumba. Era una mañana clara, así que antes había lavado algo de ropa antes de tomar el autobús al cementerio. Cuando llegué, me tardé en hallar el lugar donde estaba enterrada. El cementerio era enorme. Cerré los ojos y sentí la Luna de Eulàlia en mi cara. La tumba tenía tan solo un graffiti. Me senté al lado y busqué con los ojos su lectura. Comienzo a leer arriba del todo: era falsa la leyenda cristiana y ortodoxa de la que se tiene constancia a partir del siglo VII.
Me sorprendió no haberlo sabido antes, me pregunté quien era y la olvidé por unos años. Acostumbrados cómo estamos a esta tradición hecha de reproches y lamentos por los propios errores cometidos, y acostumbrados a la ironía, recordaba en una mesa de la calle robadors, junto a Janet y Anita de @putaslibertariasdelraval mi primera experiencia sexual. Raval de 1993. Robadors es un pasillo con un ramo de flores enorme en las manos. Cumplidos mis 14 años mi abuelo me lleva con su amiga Teresa de cincuentaylargos. Huele a árboles y a agua y aún recuerdo que a mí me encantan los lirios. Teresa está junto a su puerta: Robadors 51. Trabajadora sexual, la puta de Salamanca con el abrigo blanco recién lavado me da la mano que aún la noto fresca. Soy un conejillo de indias. Me besa en el cuello y me recorre la cara con sus manos. Con sus botas altísimas subimos a su casa que se encuentra entre el piso de abajo, donde vive la marica de la peluquería Estrellita, y el de arriba de la costurera. Teresa trabaja dignamente sin necesidad de un chulo de bocadillo de mortadela. Sus compañeras dicen que hace las mejores pajas: 500 pesetas por un par de minutos. Rápida, discreta y el basta. Me rodea con sus brazos y su techo se transforma en un cielo sobre mi cabeza. El pelo siempre le huele a lluvia y hierba. Recuerdo que ella me masturbaba tan fuerte que creía que me iba a romper en pedazos. Ayer me enteré que Teresa ha muerto sola. Más allá de romantizar la prostitución lanzo aquello de Janet «deberíamos asumir que nosotras decidimos». Pensar en esta falsedad me hizo reflexionar en el siglo que hemos dejado y que tan bien me habían contado mis queridas Anita y Janet de Putas Libertarias del Raval. Hoy día muchos de estos mitos y leyendas han caído y a la vuelta del siglo XXI hemos tomado distancia.
Y me puse tieso y pataleé en lugar de limitarme a aullar mi desamparo o mi rabia. Una voz ha debido entenderlo. ¿Qué otro recurso me quedaba sino el de encontrarla? Claramente sentí y comprendí que podía recurrir a ella cayendo en el sueño: ¿habrá alguien? ¿Me escuchará? ¿Cuándo, pero, cándo me libraré? ¿A quién deberé convencer? Es posible que ella, Eulalia, consiguiese con su encanto hacerme sentir que también tenía, tendría una Luna. Ella supo inventar. Mi padre fue muy comprensivo y me dejó tranquilo. La cuestión se limitó pues visitar a su amigo Jacques Nassif, de formación filosófica, alumno de Derrida, Althusser y Lacan, que ejerció como psicoanalista en París en los años setenta y que había abierto consulta en Barcelona en 1995. «Hasta ahora, en los capítulos previos, hemos examinado el caso de un experimentador que sufría, sea por no poder encontrar, como el monstruo de Frankenstein, una criatura a la cual amar, sea como Lord Ewald, a la que él había conocido pero que no reconocía. Quizás tengamos ahora que vérnosla con Nathanael que no se hubiese vuelto loco por el descubrimiento de que Olimpia no es sino la réplica mecánica de una mujer que no existe, sino que, por otro avatar de la locura, se ha enamorado de todos modos de una mujer que ya no existe pero en el mundo de la cual él querría, de todos modos, penetrar. (…) a partir de que uno sabe que es a lo imposible a lo que uno desafía, y también la de permitirte tomar consciencia del presagio que podría tener el suceso de estas dos caídas (la que yo provoqué y la de Eulalia). El momento de experimentar una vivencia semejante es sin duda tan efímero como el impacto que produce en mi leer estas líneas y preguntarme si El libro de las muñecas parlantes»
Mi padre acudía a la clandestinidad de esos antros siniestros como El Kentucky, los desaparecidos Bar Aurora y Bar Estrellita, y los Putivermuts de la calle Robadors, organizados por sus amigas Llum Ventura y Elsa Plaza. Ésta última se encargaba de la gráfica de la librería y editorial feminista LaSal Edicions de les Dones, en el número 8 de la calle Riereta, donde acudía la segunda generación de Mujeres Libres. Elsa Plaza se ha convertido en una de nuestras más importantes psicogeógrafas contemporáneas. Quisiera cerrar esta reflexión haciendo hincapié en su libro Desmontando el caso de Enriqueta Martí (La Vampira del Raval) en que contrapone a la protagonista de una de las leyendas urbanas barcelonesas más difundidas. Tuvo que ser el hijo de una prostituta que lo abandonó (Jean Genet) quien escribiera que el Barrio Chino era un «desorden sucio, en el centro de un barrio que apestaba a aceite, orín y mierda.» Los perfiles siguen desdoblándose hacia la derecha. Ni santa Eulàlia, ni Olalla, ni Eulària, ni Laia. La palabra «Eulàlia» viene del griego «Eulalia«: La que habla bien. «eu» (bien) y «lalein» (hablar).
Octavi Follat. Eulalia la ven parlada. Palisintest. Fem cami atletas. Portaben dos caballs, cada caball feia un amb la força del caball de la dita,
Entre las calles del Carmen y de l’Hospital se haya la calle Egipcíaques. Esta calle fue anteriormente la calle Galera; conocida por ubicarse en ella un penal de mujeres que llevaba el mismo nombre, hasta su derrumbe, en 1579, donde se erigió un convento. La misma iglesia obligaba a las trabajadoras sexuales a enclaustrarlas durante la semana santa.
Eulàlia se escapó
«De tal aire i tot xano-xano, arribaren a l’hostal den Midó (…)
-Salut, Xica! – rondinà malhumorat.
-Hola, Ros! Bon vent que t duu, home!
Pensavem que t’havies mort a la francesa, sense despedir-te… _I la Xica, dreta darrera l taulell, enfonsà un gotet de vidre dins la bujola de zinc, xepollejant am gran manasseig en l’aigua terbola, que sentía a vi ranci i aiguardent d’un troç lluny. (…)
Ja n’hi ha prou mentres hi posis una abraçada per postres.
-D’aquestes postres no més ne donen a vila: aquí som pobrets, manyac! -contestà alegrament la pubilla;»
VICTOR CATALÀ. La fi dels tres.
Cuando los abrí de nuevo estaba mirando su Luna. Me sorprendió no haberla notado antes, me pregunté que era y la olvidé por unas semanas.