Los valientes duermen solos nº 1024
El cuerpo utópico. Las heteretopías (1966), de Michel Foucault
«El cuerpo utópico representa una reflexión particularmente bella, mediante la cual podemos acceder a una faceta del pensamiento de Foucault que, me parece, al menos en lo que se refiere al mundo de habla hispana, ha quedado relativamente oculta bajo el peso de obras monumentales como Las palabras y las cosas o Vigilar y castigar. Y es que el Foucault que habla del «cuerpo utópico» resulta ligeramente diferente de aquél que diserta acerca de los «cuerpos dóciles» o de la «muerte del hombre»; pues, a diferencia de los planteamientos derivados de estos libros, de carácter erudito, crítico e incluso polémico, en esta conferencia radiofónica -a fin de cuentas dirigida a un público amplio-, el despliegue de un discurso de sorprendente precisión conceptual y expresiva se asienta sobre una observación tan profunda como asequible -incluso para lectores no especializados-, por lo que da lugar a un texto diáfano, destinado a ahondar la comprensión de la experiencia utópica del cuerpo que, de un modo u otro, todos tenemos o hemos tenido en algún momento.» Los valientes duermen solos. Jueves 10 de octubre de 2019.
El cuerpo utópico. Las heteretopías (1966), de Michel Foucault. El cuerpo utópico y las heterotopías son dos conferencias radiofónicas pronunciadas por Michael Foucault. El 7 y 21 de diciembre de 1966. Publicado en castellano en Buenos Aires por Ediciones Nueva Visión en 2009. Col. Claves. Traducción de Luís Alfonso Palau. El cuerpo utópico y las heterotopías son dos conferencias radiofónicas pronunciadas por Michael Foucault. El 7 y 21 de diciembre de 1966. Rústica. 110 pp. 12 x 19,5 cm.
Este libro reúne un conjunto significativo de trabajos de Michel Foucault sobre el espacio, el lenguaje y el poder, junto con una presentación de Daniel Defert. Son conferencias radiofónicas de 1966. La primera de ellas propone una nueva analítica del espacio, la «heterotopolía», retomada en 1967 en otro texto, Los espacios diferentes, incluido en esta selección. El cuerpo utópico ofrece un análisis deslumbrante que parte del contraste entre la presencia implacable y familiar del cuerpo propio y el cuerpo transformado, el cuerpo sin cuerpo, que es el actor principal de todas las utopías. Espacio, saber y poder es una entrevista con Paúl Rabinow de 1982, en la que Foucault reflexiona sobre los saberes y las tecnologías del espacio en el territorio y la ciudad.
En una breve nota de pie leo las dos conferencias radiofónicas pronunciadas por Michael Foucault El 7 y 21 de diciembre de 1966 Integra el libro El cuerpo utópico. Las heterotopías Foucault invita a escuchar este cuento japonés y la manera en que un tatuador hace pasar a un universo que no es
el nuestro el cuerpo de la joven que él desea
El sol disparaba sus rayos sobre el río e incendiaba el cuarto de las siete esteras. Sus rayos reflejados sobre la superficie del agua formaban un dibujo de olas doradas sobre el papel de los biombos y sobre la cara de la joven profundamente dormida. Seikichi, tras haber corrido los tabiques, tomó entre sus manos sus
herramientas de tatuaje. Durante algunos instantes permaneció sumido en una suerte de éxtasis. Precisamente ahora saboreaba plenamente la extraña belleza de la joven. Le parecía que podía permanecer sentado ante ese rostro inmóvil durante decenas y centenas de años sin jamás experimentar ni fatiga ni aburrimiento. Así como el pueblo de Menfis embellecía antaño la tierra magnífica de Egipto de pirámides y de esfinges, así Seikichi con todo su amor quiso embellecer con su dibujo la piel fresca de la joven. Le aplicó de inmediato la punta de sus pinceles de color sostenidos entre el pulgar, el anular y el dedo pequeño de la mano izquierda, y a medida que las líneas eran dibujadas, las pinchaba con su aguja sostenida en la mano derecha”.
Ahora trabaja en pensar que la vestimenta sagrada, o profana, religiosa o civil hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces se ve que todo cuanto toca al cuerpo dibujo, color, diadema, tiara, vestimenta, uniforme–, todo eso hace alcanzar su pleno desarrollo, bajo una forma sensible y abigarrada, las utopías selladas en el cuerpo. Pero acaso Foucault desciende una vez más por debajo de la vestimenta, acaso tiene que alcanzar la misma carne, y entonces se ve que en algunos casos, en su punto límite, es el propio cuerpo el que vuelve contra sí
su poder utópico y hace entrar todo el espacio de lo religioso y lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contramundo, en el interior mismo del espacio que le está reservado. Entonces, el cuerpo, en su materialidad, en su carne, es como el producto de sus propias fantasías. Después de todo Foucault se pregunta si el cuerpo del bailarín no es justamente un cuerpo dilatado según todo un espacio que le es interior y exterior a la vez. Y también los drogados, y los poseídos; los poseídos, cuyo cuerpo se vuelve infierno; los estigmatizados, cuyo cuerpo se vuelve sufrimiento, redención y salvación, sangrante paraíso. Realmente es necio, hace un rato, de creer que el cuerpo nunca estaba en otra parte, que es un aquí irremediable y que se opone a toda utopía.
Su cuerpo, de hecho, nos dice, está siempre en otra parte, está ligado a todas las otras partes del mundo, y a decir verdad está en otra parte que en el mundo. Porque es a su alrededor donde están dispuestas las cosas, es con respecto a él –y con respecto a él como con respecto a un soberano– como hay un encima, un debajo, una derecha, una izquierda, un adelante, un atrás, un cercano, un lejano. El cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios vienen a cruzarse, el cuerpo no está en ninguna parte: en el corazón del mundo es ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, expreso, imagino, percibo las cosas en su lugar y también las niega por el poder indefinido de las utopías que imagino. Su cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos. Después de todo, los niños tardan mucho tiempo en saber que tienen un cuerpo. Durante meses, durante más de un año, no tienen más que un cuerpo disperso, miembros, cavidades, orificios, y todo esto no se organiza, todo esto no se corporiza literalmente sino en la imagen del espejo. De una manera más extraña todavía, los griegos de Homero no tenían una palabra para designar la unidad del cuerpo. Por paradójico que sea, delante de Troya, bajo los muros defendidos por Héctor y sus compañeros, no había cuerpo, había brazos alzados,
había pechos valerosos, había piernas ágiles, había cascos brillantes por encima de las cabezas: no había un cuerpo. La palabra griega que significa cuerpo no aparece en Homero sino para designar el cadáver. Es ese cadáver, por consiguiente, es el cadáver y es el espejo quienes nos enseñan (en fin, quienes enseñaron a los griegos y quienes enseñan ahora a los niños) que tenemos un cuerpo, que ese cuerpo tiene una forma, que esa forma tiene un contorno, que en ese contorno hay un espesor, un peso, en una palabra, que el cuerpo ocupa un lugar. Es el espejo y es el cadáver los que asignan un espacio a la experiencia profunda y originariamente utópica del cuerpo; es el espejo y es el cadáver los que hacen callar y apaciguan y cierran sobre un cierre –-
que ahora está para nosotros sellado– esa gran rabia utópica que hace trizas y volatiliza a cada instante nuestro cuerpo. Es gracias a ellos, es gracias al espejo y al cadáver por lo que nuestro cuerpo no es lisa y llana utopía. Si se piensa, empero, que la imagen del espejo está alojada para nosotros en un espacio inaccesible, y que jamás podremos estar allí donde estará nuestro cadáver, si se piensa que el espejo y el cadáver están ellos mismos en un invencible otra parte, entonces se descubre que sólo unas utopías pueden encerrarse sobre ellas mismas y ocultar un instante la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo.
También el amor, como el espejo y como la muerte, apacigua la utopía de suu cuerpo, la hace callar, la calma, y la encierra como en una caja, la clausura y la sella. Por eso es un pariente tan próximo de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte; y si a pesar de esas dos figuras peligrosas que lo rodean a Foucault le gusta tanto hacer el amor es porque, en el amor, el cuerpo está aquí. La recuperación del cuerpo en el proceso del despertar no tan solo es un tema recurrente en la obra de Marcel Proust He de llamar la atención sobre la enorme distancia que separan los papeles de Foucault y la escultura innumerada de Brancuci terminada en 1976. Trabajo ahora en este estudio. Brancusi trata este mismo asunto.