Los valientes duermen solos nº 560
Dorian Gray
El retrato de Dorian Gray (edición sin censura), de Oscar Wilde (1890)
Edición original en inglés: Picture of Dorian Gray: An Annotated Uncensored Edition. Harvard University Press, 1890-2011. Edición original en castellano: Reino de Cordelia. Madrid, noviembre de 2017. Traducción de Victoria León Varela. Ilustración de sobrecubierta e interiores: Henry Keen, 1925. Ilustración de cubierta: A Private View at the Royal Academy (1881), de William Powell. Diseño y maquetación de Jesús Egido. Corrección de pruebas de Pepa Rebollo. Impreso en Madrid en Gráficas Zamart. Encuadernación de Felipe Méndez.
Hay obras literarias que no pueden entenderse del todo sin tener en cuenta las tensiones que existieron entre el autor, su tiempo y su sociedad, pues han nacido precisamente de ellas.
Oscar Wilde (Dublín, 1854 – París, 1900) desafió en las páginas de El retrato de Dorian Gray la moral represiva de una sociedad victoriana que se revolvía, implacable, contra cualquier transgresión. Pues no otra cosa que la aspiración a una moral nueva (aun con sus contradicciones y conflictos interiores) era el esteticismo que impregnaba aquel singular libro que quiso explorar como pocos, con sutileza y profundidad, y en unos tiempos en que la conveniencia y el utilitarismo dictaban toda norma aceptable de vida, las complejas relaciones entre vida y arte. La propia historia textual del libro no fue ajena a esas circunstancias, y podría decirse que es incluso su fiel reflejo. El texto del mecanoscrito de esta única novela de Oscar Wilde permaneció inédito hasta 2011, cuando apareció bajo el título The Picture of Dorian Gray: An Annotated Uncensored Edition publicado por Harvard University Press en edición llevada a cabo por Nicholas Frankel. En dicho volumen se recogía por primera vez el texto que Wilde envió a Lippincot’s Monthly Magazine en la primavera de 1890 en cumplimiento de un encargo editorial, y ante el cual un alarmado J. M. Stoddart, director de la revista, decidió que en su forma original la obra ofendería la sensibilidad de los lectores.
Por ello la sometió a una profunda revisión orientada, en casi todos los casos, a eliminar las huellas de la naturaleza homosexual de los sentimientos del pintor Basil Hallward hacia Dorian Gray, pero también no pocas sugerencias de conductas heterosexuales consideradas escandalosas o ilícitas en su época; así como a atenuar, en términos generales, la atmósfera decadente de la obra. En el estudio que acompaña a su edición de ese texto original completamente restaurado, Frankel explicaba detalladamente las motivaciones sociales, comerciales y legales de los cambios que se producen a lo largo de esa particular revisión, en la que cabe hablar a todas luces de censura. Stoddart eliminó palabras, frases y hasta párrafos enteros de la versión entregada por Wilde hasta un total de casi quinientas palabras, sin que parezca probable que el autor pudiera ver los cambios antes de que estuviera impresa la obra. Una época marcada por la amenaza legal que pendía sobre cualquier expresión considerada inmoral o fuera de lo aceptable por la sociedad decente es el contexto inmediato, a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XIX, de esa censura.
A esta situación se añadía que un reciente escándalo relacionado con la prostitución masculina (el asunto de la calle Cleveland, en los años 1889-1890) había desatado la alarma social contra el homosexual culto de clase alta, al que se acusaba de corromper a jóvenes humildes y de constituir nefasto ejemplo para la mujer. Y la aprobación de la Criminal Law Amendment Act de 1885, que penalizaba las relaciones homosexuales de toda índole, independientemente de su naturaleza, permitió una persecución legal de la que Wilde acabaría siendo la principal víctima con su encarcelación final en 1895, sentenciado a dos años de prisión y trabajos forzados por «conducta obscena» (gross indecency). La novela es indesligable en todos los aspectos de dichas circunstancias, pues incluso llegó a ser utilizada como prueba en su contra en el proceso. Convertido así en mártir de la moral sexual victoriana, Wilde pasó del éxito y la fama a ser tratado como delincuente sexual, denostado por la sociedad biempensante y abandonado por su familia cinco años antes de morir de meningitis en un hotel parisino, el 30 de noviembre de 1900, a los cuarenta y seis años de edad. Su muerte ponía fin a tres años de soledad y exilio en Francia en la absoluta ruina personal y económica. Allí adoptó el nombre de Sebastian Melmoth, en homenaje al protagonista de la novela gótica de su tío abuelo Charles Maturin, Melmoth the Wanderer. Según su biógrafo Richard Ellmann, solo trece personas acompañaron su cortejo fúnebre.
El retrato de Dorian Gray se publicó simultáneamente en Inglaterra y América en 1890 por la J. B. Lippincot Company de Filadelfia en la edición de julio de Lippincot’s Monthly Magazine. Wilde ya era un personaje conocido en la vida literaria y social de la época como brillante dramaturgo, articulista y conferenciante. Pero fue esta obra, de indiscutibles méritos artísticos por otra parte, y la inmediata y virulenta polémica que suscitó, la que lo convirtió en personaje protagonista de su tiempo tanto para seguidores como para detractores. Como destaca Frankel, la novela alteraba el modo en que los victorianos veían el mundo que habitaban y, sobre todo, la sexualidad y la masculinidad. Diseccionaba su sociedad y reconsideraba su moral. Desenmascaraba. «Con Blake y Nietzsche, estaba proponiendo que bien y mal no son lo que parecen y las etiquetas morales no bastan a la complejidad del comportamiento humano1 », en palabras de Ellmann. Era el heraldo del final de una época que forjó en sus tensiones toda una literatura propia. Y la controversia era inevitable y fue inmediata. Una buena parte de la prensa británica rugió contra ella calificándola de «vulgar, sucia y dañina». W. H. Smith la retiró de sus quioscos de estación. Y el propio Wilde, como también señala Frankel, empleó la autocensura al revisar el texto para la edición en libro de la obra en 1891. La adoración personal que siente Basil Hallward por Dorian Gray se diluye allí en la mera fascinación por el ideal artístico que el personaje encarna. El contenido sexual se atenúa y desaparecen referencias de la lista de alusiones a crímenes sexuales del capítulo IX, al tiempo que otras se hacen mucho menos explícitas. Se incluyen nuevos capítulos (los doce iniciales llegan a veinte) que hacen la novela más convencional y sentimental. Aumentan en estos las escenas de alta sociedad y los discursos ingeniosos de lord Henry Wotton. Uno de ellos concede mayor protagonismo al personaje de Sybil Vane, el primer amor de Dorian Gray que marca el inicio de su transformación, y que apenas era más que un símbolo sin carnadura real en la versión original, anticipando también el casi teatral episodio posterior de la venganza del hermano. Y, llamativamente, las veladas transgresiones del protagonista cambian por completo de cariz con la inserción del episodio del fumadero de opio y lo vinculan a su relación con prostitutas de los bajos fondos de Londres. La autocensura que Wilde ejerce en esta última versión del texto obedece tanto a la presión externa como al conflicto interior. La obra es también un hecho mayor de la propia biografía de Oscar Wilde, quien (curiosamente, como Basil Hallward en el retrato de la ficción) confesó lo mucho que de él mismo había puesto en las páginas de esa obra: «Basil Hallward es lo que creo ser; lord Henry Wotton, lo que el mundo cree que soy; Dorian Gray, lo que quizá me habría gustado ser en otro tiempo». Al sentir la necesidad de protegerse de posibles acusaciones, cambiaba también su apreciación de la obra.
En una carta que Wilde escribe a Arthur Conan Doyle y este recoge en sus memorias, podemos leer esa «protesta de moralidad» con la que trataba de hacer frente a la opinión pública: Los periódicos me parecen escritos por personas lascivas para personas filisteas. No comprendo cómo pueden tratar Dorian Gray de inmoral. La dificultad era mantener la moral intrínseca subordinada al efecto artístico y dramático, y aun así me parece que la moral resulta demasiado evidente2 . En la edición de 1891, Wilde incluso eliminó elementos homoeróticos que Stoddart había permitido. Y la oscuridad del personaje de Dorian Gray se intensifica aún más para ofrecer una historia más claramente marcada por un esquema de corrupción moral y castigo. Los aforismos sobre el arte y la crítica que acompañan la edición de 1891, aun escritos desde la honestidad y la lealtad a sus principios artísticos, no hacen sino enfatizar esa defensa: La vida moral del hombre forma parte de la materia del artista, pero la moralidad del arte consiste en el perfecto uso de un medio imperfecto. Arthur Conan Doyle, Memorias y aventuras (trad. Bernardo Moreno Carrillo), Madrid, Valdemar, 2015
Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo. w Ningún artista es malsano. El artista puede expresarlo todo. w El vicio y la virtud son para el artista materiales para un arte. La mayoría de las ediciones modernas reproducen la versión extensa, que reaccionaba a las críticas recibidas por la primera versión y se dirigía a un público amplio. Se hacía necesario recuperar la primera, la que creemos más fiel a la intención y a las ideas estéticas del autor, tan determinantes en su obra, que buscaba también un lector distinto, específico y familiarizado previamente con ellas. Pues no menos que la moral de su tiempo el libro se proponía también someter a revisión las ideas sobre arte y moral de sus maestros Ruskin y Pater, los dos gigantes de Oxford que tan profundo alcance tuvieron en el ambiente intelectual de la época. Casi podría hablarse, por tanto, como sugiere Frankel, incluso de dos obras con méritos diferentes.
Por todo ello, el lector encontrará en esta primera traducción al castellano de la obra original un Retrato de Dorian Gray más audaz y libre con respecto a las versiones anteriores y, sobre todo, creemos, más fiel al espíritu que lo animó antes de ser objeto de unas presiones sociales y legales que, al cabo, nada pudieron contra una de las más hermosas muestras de valentía y libertad de espíritu que ha dado la historia de la literatura.