Taller Melocotón Grande: El sentido del simbolismo

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Nicola Grossi. ¡Ojo, Oso! (2016)

Título original: Orso, buco! (Minibombo, Italia, 2013) Ed. española (Thule, Barcelona, 2016) Col. Trampantojo. 48 pp. Cartoné. 20 x 20 cm. Premio Nacional Nati per Leggere (Italia, 2014) Premio Orbil (2014)

Taller de Melocotón Grande (Ciclo infantil)

El sentido simbólico

El grafismo y el espacio gráfico, en estrecha dependencia y mutua interacción, van a convertirse en la manifestación simbólica de las relaciones interacciones del Yo y el medio que rodea al niño. El garabateo se convierte, de este modo, en un acto de verificación del mundo interior del niño y en una continua constatación del propio desarrollo. El fantaseo gráfico es otra de las experiencias significativas que realizan los niños. El fantaseo gráfico se entiende por todo él, mezclándose con las unidades y sus combinaciones. Se trata de otra manifestación más de la natural y persistente tendencia experimentadora del niño. La génesis del círculo (trazado circular), es la forma primordial del desarrollo gráfico, como por ejemplo, el bucle que, aunque no es un garabato propiamente circular, dado su trazado giratorio podemos incluirle. Veo una figura. Veo el mundo que me rodea. Obviamente, ver puede ser más que eso. ¿En que consiste el acto de ver? Hablando en términos estrictos, todo aspecto visual debe su existencia a la luminosidad y al color. Partiendo de las unidades básicas (círculo y segmento) realizan los niños un conjunto de operaciones entre las que destacan las de combinación de unidades cerradas de las que se desprende el efecto de la contención. Los límites que terminan la forma se derivan de la capacidad del ojo para distinguir entre sí zonas de luminosidad y color diferentes. Esto es válido incluso para las líneas que definen la forma en los dibujos. No obstante, se puede hablar de la forma y del color como fenómenos separados. Un disco verde sobre fondo amarillo es tan circular como un disco rojo sobre fondo azul, y un triángulo negro es tan negro como un cuadrado del mismo color. Los que afirman que los niños dibujan casas abiertas no reparan en la lógica admirable con que un niño adapta sus imágenes a las condiciones del medio bidimensional. No basta con decir que los niños dibujan el interior de las cosas porque ese interior les interesa. La invención del niño se perpetúa a lo largo de los siglos, de modo que incluso en el arte muy realista de un Durero o de un Altdorfer la Sagrada Familia se cobija en un edificio carente de muro frontal. ¿Hasta dónde llega nuestro conocimiento de la sintaxis del color, es decir, de las propiedades perceptuales que hacen posibles los esquemas de color organizados? El hecho de que las figuras bien organizadas se aferren a su integridad y se complementen cuando se las mutila o distorsiona no debe llevarnos a suponer que tales figuras se perciban siempre como masas indivisas y compactas. Desde luego, un disco negro se ve como una sola cosa ininterrumpida, y no como, por ejemplo, dos mitades. Los artistas modernos habían introducido la oblicuidad para representar la profundidad: distorsionaron la orientación de los ejes. La destrucción del color local había sido llevada a su forma extrema por los impresionistas, que habían empleado reflejos para aplicar el verde de un prado al cuerpo de una vaca o el azul del cielo a las piedras de una catedral.¿Qué es lo que parece fiel a la realidad? Estamos ya muy lejos de la creencia miope de que sólo la réplica mecánicamente fiel es leal a la naturaleza. Nos damos cuenta de que toda la gama de estilos de representación infinitamente diversos es aceptable, no sólo para quienes comparten la particular actitud que les dio origen, sino también para cuantos somos capaces de adaptarnos a ellos.

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