Aula voladora de Melocotón Grande. Cine nº366
Francofonía (Francofonia, le Louvre sous l’Occupation), de Aleksandr Sokúrov, Francia, 2015 © Alexandr Sokúrov
Como si fuera un Malevich, la pantalla dividida en dos mitades exactas alberga el negro a un lado y el blanco al otro. Podría ser un juego de percepciones, la oscuridad y la luz en el mismo espacio. Sokúrov decide entrar en escena. Quiere convertir en una pieza muy singular el encargo del Museo del Louvre, coproducido por Arte France. Se trata de hacer una película entre tributaria y pedagógica alrededor del “templo cultural del planeta”, pero se trata también de prolongar, desde el formato ensayístico y documental, su habitual enfoque filosófico a la historia del siglo XX. Para buena parte del público Aleksandr Sokurov debe de sonar más a trabalenguas que a cine. En el festival de Venecia, sin embargo, el director ruso es una institución, más aun desde que se llevó el León de Oro por Fausto. Tanto que algunos hasta tienen un método especial aplicado a sus películas. “Decidí desde el principio que la vería al menos dos veces, quizás tres”, decía un joven a su amigo, justo después de la proyección de Francofonia. “Obvio. Y creo que hay que dejar pasar al menos 70 horas antes de formular un juicio”, respondía el otro. A falta de tanto tiempo para opinar, la sala Darsena acogió ayer el nuevo filme de Sokurov con el mayor aplauso que se haya escuchado en el concurso oficial hasta la fecha. Pero Francofonia va mucho más allá. Al hilo principal se suman imágenes de archivo y otras rodadas como si lo fueran, la Libertad del célebre cuadro de Delacroix y Napoleón sentados juntos frente a la Gioconda, las reflexiones en voz alta del cineasta sobre la cultura y el pueblo y sus conversaciones telefónicas con su amigo Dirk, un capitán de un barco que lleva containers llenos de obras de arte y se halla en medio de una tormenta. El filme es, además, un homenaje de Sokurov “a los valores de Francia”, como contó el director ante la prensa. Lo cierto es que quizás ni 70 horas sean suficientes para entender del todo Francofonia. Al fin y al cabo el propio director lanzó explicaciones igual de estructuradas. “Las respuestas simples se han acabado, quedan las complicadas. No ha habido ninguna renovación de la actitud de las personas, todo se hace a la vieja manera, desde la Primera Guerra Mundial no ha cambiado nada”, ha contado el cineasta, sobre todo atacando a la clase política de todo el mundo. Por lo menos, “el cine puede dirigirse a vuestros corazones y almas, para dar la posibilidad de soñar”. Sokurov no aclaró si su presunta tetralogía soñada sobre museos (faltarían el Prado y el British Museum) se llevará a cabo: de momento, no la tiene planeada, ni quiere especializarse en filmar pinacotecas. “El museo es el ADN auténtico de la sociedad civil. En mis filmes es uno de los personajes”, sostiene. Y se lanzó a una aplaudida defensa de las artes, sobre todo europeas, y de las individualidades de cada país: “La pintura nos permite entender quiénes somos. Hemos de mirarnos a los rostros, sus particularidades, en busca de lo que nos diferencia. En Rusia cuando decimos ‘Italia, Francia, Alemania’, lo hacemos con admiración. Tenéis que protegeros con vuestra cultura europea”. “¿Qué es más valioso, la vida de un hombre o el arte? Cada individuo elige. Hay gente que sacrificó su vida por el arte”, planteó Sokurov, que pese a su veteranía dice sentirse todavía como “un alumno” del cine. “Todo lo que hago es demasiado imperfecto”, asegura el director. Aunque, por lo pronto, medio festival no estaría de acuerdo. En 70 horas, serán más.