Jacques Derrida

By marzo 21, 2018Sin categoría

LVDS. Derrida

Los valientes duermen solos nº 572

Jacques Derrida

(15 de julio de 1930 en El-Biar, Argelia francesa – 8 de octubre de 2004 en París)

En la presente obra Jacques Derrida se enfrenta con la necesidad de abordar de un modo nuevo la problemática del archivo, del concepto de archivo, en la sociedad actual y las consecuencias éticas, políticas, institucionales y jurídicas que las nuevas técnicas de archivación (correo electrónico, CD ROM, multimedia) comportan.

«Para ello toma como referencia las imágenes, modelos y metáforas utilizadas por Freud y el psicoanálisis. «Mal de archivo» muestra también los archivos del mal, de las catástrofes, las guerras y la violencia desatada en este último siglo sujetas siempre a polémicos revisionismos que nos obligan a recuperar la experiencia de la memoria y el retorno al origen en el sentido freudiano de la expresión.»

Jacques Derrida ofrece una reelaboración filosófica del significado de la “era de la memoria” y de lo que el historiador francés François Hartog ha definido como “presentismo”. El texto de Derrida analiza la inseparable relación entre el deseo de archivar y su consustancial “mal” (el deseo radical de destrucción), así como entre la impresión (conservación) por un lado, y la represión y supresión por el otro. La historiografía solamente puede ejecutar dicha tarea si asume el amplio alcance de esas operaciones. La memoria y la advertencia a un pasado que siempre debe estar presente, sólo son la utopía de un archivo sin su mal, lo que equivaldría a decir que es un eterno presente sin historia. Palabras clave: Derrida, archivo, Freud, supresión, represión.

Material de prensa: presentación, notas y cronología

No está claro hasta qué punto los historiadores han tomado en consideración y efectivamente reflexionado alrededor de Mal de archivo de Derrida. El texto, publicado en 1995, vio la luz en pleno tournant mémorial que en las últimas tres décadas ha caracterizado la historiografía, en particular la francesa. Por un lado, hacía poco que Pierre Nora había sacado de la imprenta el último volumen de los Lieux de mémoire, y con ello consagrado a la memoria como objeto de historia y recapitulado –desde un ámbito estrictamente historiográfico– no sólo una serie de prácticas de “hacer historia”, sino también un vasto debate epistemológico y metodológico que había conquistado el campo de las ciencias humanas. En este debate siempre había sido central el papel de la memoria (junto al valor del testimonio, el papel de la víctima en la sociedad y en la escritura histórica, así como los usos políticos de la memoria y la obsesión archivística). Por otro lado, pocos años después –como si fuera el ocaso de una época– encontramos quizá el intento más importante (además del más conocido) de pensar filosóficamente (entre fenomenología y hermenéutica) la memoria, el recuerdo y la temporalidad en la obra de Paul Ricœur. Como un atento observador de su propia época, en La memoria, la historia, el olvido,  Ricœur se interroga acerca del significado de una sociedad que ha tenido necesidad de apropiarse de la categoría de la memoria para pensar su propia experiencia del tiempo. Y es así como dentro de este amplio y articulado debate, Derrida, a quien de diferentes formas se le aludió, nunca fue citado con relación a Mal de archivo, como si el contenido y las problemáticas del texto no se relacionaran ni con el trabajo de los historiadores en general, ni con la discusión que en aquel momento muchos de ellos mantenían sobre temas del archivo, de la memoria y del recuerdo.

Mal de archivo, tan denso, tan peculiar en el modo de pensar la relación entre memoria y olvido, tan radical en su encuentro con Freud (y en el caso particular con la obra más emblemática del padre del psicoanálisis en torno de la escritura de la historia, Moisés y la religión monoteísta), tan puntual al problematizar la operación estructural respecto a la archivística, permaneció al margen de la reflexión historiográfica. Por poner un ejemplo, el propio Ricœur, cuya obra de los últimos años se articula entre epistemología e historiografía, hace varias referencias a Derrida, pero nunca a este texto en específico. Sucede lo mismo con la revista History and Theory, en la cual, aun habiendo dedicado un amplio espacio a Derrida dentro de una vasta discusión y análisis sobre la temporalidad y la historia, la peculiaridad de Mal de archivo respecto a la operación historiográfica no tuvo ningún eco. Es necesario reconocer que es difícil establecer el tema de este texto. Más que estar articulado alrededor del archivo, lo está en torno de la imposibilidad de distinguir cualquier impresión de archivo de su “mal”, imposibilidad que, a su vez, se explica recurriendo a la ciencia archivística por excelencia, es decir, el psicoanálisis.

No obstante tal dificultad, es inverosímil que los historiadores no se hayan sentido cautivados por el texto: como lugar, como práctica, como ley y como poder (hermenéutico sobre el pasado), el archivo constituye una especie de lugar de confluencia de todo el espectro de prácticas que determinan el trabajo de un historiador. Es suficiente con nada más detenerse en las observaciones de las primeras páginas del texto, cuando el autor considera la etimología de la palabra. Ésta hace referencia al arché, que transmite la idea de origen, pero también de mandato, e introduce “con ambigüedad” toda una serie de oposiciones (a partir de aquella entre “inicio” y “mandato”, entre un “inicio” según la historia o la naturaleza) que recorren aquellas oposiciones clásicas de la filosofía, al menos a partir del pensamiento sofista. Al detenerse en el doble significado de origen y poder (poder sobre el pasado, de consignarlo e interpretarlo) Derrida traza la cuestión hermenéutica y política del objeto “archivo” cuyo uso, gestión y clausura definen los límites de inteligibilidad presente e intuyen la línea fronteriza del pasado. Se trata de operaciones que reclaman a los historiadores no sólo porque por tradición llevan al archivo su propio trabajo,10 al interpretar y validar el poder hermenéutico sobre un pasado del que se sienten autorizados, sino también porque la propia historiografía es una operación archivística que se integra a plenitud (y como veremos, también por necesidad) en el archivo que pretende “estudiar” y que en cambio continúa creciendo. Entre los objetivos que Derrida se propone, encontramos el propósito explícito de repensar tal cuestión (que podría sintetizarse en la pregunta relativa al lugar y a la ley según la cual se instituye el “arcóntico”), a la luz de la impresión freudiana basada “sobre el concepto de archivo y de archivar, es decir, a la inversa y por el contrario, sobre la historiografía”.

Si el autor prefiere el término “impresión” sobre el de “concepto” es porque el archivo se estructura como una serie de oposiciones que impiden una síntesis conceptual: la ambigüedad de la función arcóntica que por lo común encarna la imposibilidad de establecer la frontera, conscientes de que el lugar del archivo determina aquello que hay en su interior (el archivar produce al mismo tiempo en el que registra el acontecimiento), así como la estratificación temporal (entre institución del pasado y predisposición del futuro) del gesto que lo funda y lo utiliza. De esta manera, es imposible una síntesis por la propia función del archivo: cualquier discurso que lo concierne, cualquier referencia no hace más que inscribirse, y en esencia lo vuelve expuesto al porvenir, un futuro mesiánicamente convocado por el material archivado. Sin embargo, la dualidad más importante sobre la cual se detiene Derrida (y que al igual que las otras integra todos los conceptos inaugurales del psicoanálisis, la cual, con base en esta lectura, se vuelve una verdadera ciencia del archivo), es la articulación inextricable entre el archivo y su “mal”, un modo de la “pulsión de muerte”, anárquico y “archiviolítico” que no deja huellas, no se deja archivar y que sin embargo permanece consustancial a la estructura del propio archivo. De hecho, este último no se estructura en virtud de la “memoria viva”, sino en “lugar de una défaillance originaria de dicha memoria”.

La acumulación de documentos, a pesar de su ulterior abundancia, no responde a un ejercicio o a una voluntad de memoria, sino al contrario, a una hipomnesia, a una pulsión (que no es un principio, por ser el contrario de cualquier “principialidad”) de destrucción que es el mal de archivo, indisociable de cualquier gesto que conserva. No se trata de una memoria débil o precaria, incierta e imprecisa: el mal de archivo confiere a la conciencia (y convoca a la práctica) de una finitud radical al punto de que la obsesión archivística (que el deber de memoria sostiene) puede definirse como una verdadera patología: por una parte la utopía –precisamente patológica– de que se pueda retener, conservar, recordar sin destruir; por otro lado, que exista el deseo del archivo sin su mal, o que este último consista en simples “límites factuales”, en el mecanismo ordinario del olvido. Al contrario, observa Derrida, “No existe, entre otros, un mal de archivo o una dolencia de la memoria: al involucrar el infinito, el mal de archivo toca el mal radical”. ¿Cómo se introduce este mal radical en el trabajo del historiador? De este mal, ¿qué permanece en la práctica historiográfica que de por sí ya es una operación archivística (sobre todo porque es un discurso patológico de la muerte), que construye un archivo y que por eso ella misma ya está “en” el mal de archivo?

La reflexión de Derrida invita a reflexionar sobre las preguntas anteriores, y que en todo caso explicita él mismo. Tales cuestiones implican a los historiadores, sobre todo en el marco de una experiencia del tiempo presentista, caracterizada por el intento de impedir que el pasado desaparezca de la escena del presente. Por lo tanto, es un tiempo que por una parte superpone las nociones de conservación, presente, memoria y archivo, pero que por otra parte se nutre de la utopía de poder cumplir el gesto del archivo sin perder nada, y que además este gesto sea compatible con el “persistir” de la presencia. Los historiadores son los primeros en ser interrogados por tales problemáticas, al menos a partir del hecho de que el gesto esencial de su oficio, la escritura, es también el primer gesto del archivo, su posibilidad. Al archivo no sólo se le señala como una impresión por la dificultad de conceptualizarlo (a causa de la intrínseca ambigüedad de la cual hemos hablado antes), sino también porque es impensable sin las operaciones ligadas a la “impresión”, la idea de un signo que se imprime en un soporte y que alienta un funcionamiento de nuestra relación con la temporalidad, que no se reduce a la memoria, sino que articula la posibilidad de una “acumulación objetivada”. De este modo, el término “impresión” tiene la ventaja no nada más de sustituir una imposible conceptualización, sino también de dirigir dos operaciones de la ciencia archivística del psicoanálisis, dos mecanismo claves del almacenaje, de la preservación y por lo tanto del archivo: la supresión y la represión.

Al detenerse en la articulación de estos elementos, Derrida se pregunta sobre las consecuencias para la historiografía en el momento en el que se considera la vertiginosa referencia entre impresión, almacenaje, represión (Unterdrückung) y supresión (Verdrängung) que se unen en la palabra archivo con relación a su primer y fundamental gesto, aquel de la escritura20 y que también es el gesto esencial del historiador. Antes de cualquier operación, ¿no debe el historiador olvidar (¿reprimir, remover?) el origen de su escritura impostora para archivarla como disciplina y como discurso verdadero? Pero este “mal” está en la obra y también relativamente en el objeto de su trabajo: lo que constituye el pasado está alterado desde el momento que es archivado, y el deseo imposible del origen que anima al historiador –que se limita a trazar de vez en cuando el límite del presente– ya es de hecho su propio mal de archivo el que vuelve cualquier huella, cualquier escritura jamás “leída”, pero siempre “por leerse”, que pospone al infinito para el futuro, para el por-venir, las características intrínsecas del archivo de estar incompleto y ser dual. Los conceptos de supresión y represión en Freud se refieren a los mecanismos de defensa del Yo, el primero inconsciente y el segundo consciente, reprimiendo una pulsión, un afecto, un hecho sin llevarlo en el inconsciente. Solamente esta distinción aplicada al archivo es suficiente para desarticular el “tranquilo paisaje del saber histórico”.

Con estas observaciones, Derrida puntualiza un problema que al mismo tiempo es epistemológico y ontológico: cómo modelar la verdad de la historia, así como de la disciplina histórica y de la práctica historiográfica.22 ¿Qué verdad alberga la escritura de la historia que no sólo se archiva a sí misma a partir de un mal de archivo, sino que se introduce en un archivo en el cual ya ha evadido su mal?

Mal de archivo: una impresión freudiana, de Jacques Derrida (1995)

Primera edición original francesa: Mal d’archive: une impression freudienne. Galilée. París, 1995. Primera edición original en castellano: Editorial Trotta. Madrid, enero de 1997. Colección Estructuras y procesos. Filosofía. Traducción de Paco Vidarte. Este libro fue impreso en Madrid. 112 pp. Rústica con sobrecubiertas. 14 x 23 cm

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