Edward Yang

By agosto 28, 2019Sin categoría

Lvds_YiYi

Los valientes duermen solos nº 978
Yi Yi (2009), de Edward Yang

«El fallecido Edward Yang, director taiwanés de origen chino (nació en Shanghai), fue uno de los miembros fundamentales de la denominada «Nueva ola taiwanesa» junto a Hou Hsiao- hsien y Tsai Ming-liang La promesa de Kamil Modrácek. Capítulo: Modrácek atrapa a Láska. Página 180. Los valientes duermen solos. Martes 27 de agosto de 2019.

Yi Yi (2000), de Jirí Kratochvil. 173′. Dirección y guión de Edward Yang. Música de Peng Kai-Li. Fotografía de Wei-Han Yang. Reparto: Wu Nien-jen, Elaine Jin, Kelly Lee, Jonathan Chang, Issei Ogata, Chen Hsi-Sheng,Ko Su-Yun, Tao Chuan-Cheng, Hsiao Shu-Shen, Tsen Hsin-Yi, Hsu Shu-Yuan. Productora Coproducción Taiwán-Japón; AtomFilms/Basara Pictures/Pony Canyon

Yang solía hacer gala de un lenguaje cinematográfico que deja claras señales en cada escena de que nos encontramos ante una obra suya, con un talento innato para mostrar las mutaciones y las transformaciones de sus personajes a partir de historias complejas cargadas de infinidad de pequeños detalles, con unos seres casi siempre inmersos en la ebullición y el anonimato de la gran ciudad. Unos temas y situaciones que atraviesan las fronteras y otorgan a su cine un marcado sentido universal; aspecto que le sirvió para ganar el (tardío) reconocimiento en occidente gracias al premio al mejor director en el Festival de Cannes del año 2000 por la cinta que nos ocupa.

Yi Yi es un relato coral costumbrista atorado de delicadeza y humor, y por encima de todo humanismo, que mezcla realismo con poesía y alegría con dolor (como bien dice uno de los personajes: « La vida es una mezcla de cosas tristes y felices») a través de retratos psicológicos detallados y complejos. Yang se interesa por la inestabilidad de la existencia humana y del amor en tres generaciones de una familia de Taipei en la que cada miembro se encuentra inmerso en una batalla contra sus propios problemas personales, además de recalcar la repercusión de los avances tecnológicos, la pérdida de jerarquía de la tradición familiar, y la cuestión de cómo mantenerse cuerdo en una sociedad tan deshumanizada como la propiciada por el sistema capitalista moderno, con la consiguiente clara pérdida de valores culturales que terminan corroyendo las vidas de sus personajes, logrando  una disección de los taiwaneses de clase media repleta de autenticidad y honestidad. A pesar de que en algunos pasajes eleve el dramatismo y los temas sean tan trascendentes, no recurre al subrayado en ningún momento; una situación que hay que agradecer porque su temática con otro enfoque más facilón podría haber deparado en un relato folletinesco.

La película está atorada de inteligentes aseveraciones sobre la música y el cine, y observaciones morales y filosóficas muy acertadas (especialmente en los encuentros del padre con el japonés de aspecto y personalidad humanista con el que pretende hacer el negocio de software). Unas veladas dominadas por el naturalismo  gracias al carisma del japonés, que hace crecer considerablemente al filme cada vez que aparece en pantalla. Los personajes están tan inmersos en su angustia personal que no parecen ser capaces de preocuparse por el tormento y los conflictos ajenos, propiciando una más que evidente incapacidad para relacionarse.

Temas también tratados en Terrorizers A brighter summer day (otros dos apasionantes filmes de Yang que he tenido el placer de ver recientemente), pero carentes del elemento cómico que otorga el niño, o el humor negro en el tratamiento de un tema tan delicado como el del intento de suicidio que tiene lugar en Yi Yi. Pese a vivir en su propia y caprichosa burbuja, estos seres resultan entrañables y están manejados con delicadeza y maestría por el director taiwanés; especialmente el del padre de familia y el niño, uno de esos personajes que se quedan en la retina, otorgando el contrapunto cómico. El pequeño Yang -yang utiliza la fotografía como una forma de evasión artística para escapar de las dificultades que encuentra en la escuela y la ausencia de la figura materna en su hogar. El simpático chaval se dedica a captar con su cámara las paredes, las puertas, las moscas, y las nucas de la gente para que puedan ver esa parte inaccesible a sus ojos, además de entrenar su capacidad pulmonar en la intimidad del baño de su casa y realizar experimentos divertidos elaborados con embudos y botellas que sirve como máquina del tiempo para recordar nuestros espacios íntimos infantiles más creativos.

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