Tras los pasos de Gandhi, de Tom O’Neill. Fotografía de Rena Effendi (2015)

By julio 3, 2017Sin categoría
MG. Gandhi 2Aula voladora de Melocotón Grande. Infancia /Biografía / Periodismo nº358
Tras los pasos de Gandhi, de Tom O’Neill © Fotografía de Rena Effendi. NG, julio de 2015

En la oscuridad de la noche dirigió una oración colectiva al aire libre, en un lugar desde donde se dominaba el río Sabarmati. Estaba preparado. Con su tradicional dhoti – la prenda masculina típica de la India, que se enrolla y ata en la cintura- y un chal alrededor de los hombros, agarró una vara de bambú y echó a andar hacia el portalón. Atrás dejaba el que fuera su hogar durante 13 años, una comunidad consagrada a sus preceptos basados en una vida sencilla y un pensamiento elevado. Mohandas Gandhi iba solo. Cuando inició su caminata en una carretera polvorienta de las afueras de Ahmadabad, la ciudad más grande de Gujarat, su estado nativo, 78 hombres vestidos de blanco formaron tras él una columna de a dos. A su paso, decenas de miles de indios – partidarios o simples curiosos-, apelotonados en las márgenes de la carretera, encaramados a los árboles o asomados a las ventanas, exclamaban: “Gandhi ki jai”. Gandhi vencedor. Era el 12 de marzo de 1930. Gandhi y su comitiva recorrieron en 25 días los 388 kilómetros que lo separaban del mar de Arabia, desafiando la injusta ley británica que prohibía la extracción de sal en su colonia. Maestro en gestos dramáticos que hábilmente convertía en símbolos, Gandhi se inclinó en la orilla y recogió un puñado de lodo salino. La extracción ilegal de sal se extendió por el país y hubo detenciones y apaleamientos Gandhi pasó casi nueve meses entre rejas. Lo que las autoridades habían subestimado como una intrascendente escenificación política con tintes de espectáculo acabó en un clamor por la independencia coreado a lo largo y ancho del país. Gandhi imponía severas exigencias a familiares, amigos y aliados políticos, de quienes esperaba una moralidad sublime. Sus estrictas creencias en lo relativo a la dieta (en distintos momentos subsistió a base de frutos secos, verduras crudas y fruta desecada) y el sexo (hizo voto de castidad y lo cumplió hasta su muerte 42 años después) siempre han dividido la opinión pública.

El primer día de la marcha Gandhi hizo un emotivo alto en el camino a tres kilómetros de su ashram: la escuela que había fundado diez años antes como alternativa a la educación británica. Hoy un arco de arenisca de acceso al ajardinado campus de la Gujarat Vidyapith, cuyos senderos son un hervidero de estudiantes. Visten camisa holgada y pantalones de khadi, el tejido de hilado doméstico que llegó a convertirse en un símbolo de la revolución de Gandhi porque representaba el rechazo de los productos británicos y la resurrección de la industria tradicional. Desde luego, los alumnos de los demás centros educativos indios no visten khadi (palabra que viene a significar “tejido de mano”), pues lo encuentran poco a la moda. El 2 de octubre los niños se visten de Bapu, sobrenombre de Gandhi que significa “padre” para conmemorar su cumpeaños en Rajkot, Gujarat, donde pasó la mayor parte de su infancia. La solidaridad laboral impera en el pozo colectivo de Rasnol, una pequeña población de Gujarat. Este es solo uno de los miles de lugares de la India donde la Asociación de Mujeres Autoempleadas (SEWA), un sindicato y cooperativa inspirados en Gandhi. Su fundadora, Ela Bhatt, define a la mujer como “el pilar de la sociedad rural”. Gandhi instaba a hombres y mujeres a producir al menos 25 metros de tela al año, suficiente para el uso personal. Gandhi caminaba a gran velocidad para se un hombre de 61 años -el más veterano de la marcha- aquejado de reumatismo. Cada día, después de andar entre 16 y 19 kilómetros con un calor asfixiante, los manifestantes se detenían en aldeas para rezar, descansar, comer y permitir que el líder. Gandhi fue la primera figura nacional en conectar con las zonas rurales. Para Gandhi, un hindú profundamente influido por la vida de Jesucristo, la vocación más sublime era vivir con los pobres y “alimentarlos primero a ellos, luego a nosotros”. Pedía voluntarios para vivir en las aldeas y obrar el cambio. En sus giras por el país, Gandhi siempre insistía en viajar en tercera clase, con los pobres.
En su esencia, la sociedad india continúa siendo conservadora y patriarcal. Gandhi denunció los matrimonios infantiles, la violencia machista, el sistema de dotes y el analfabetismo femenino. Ela Bhatt es la fundadora de la Asociación de Mujeres Autoempleadas (SEWA), un sindicato y cooperativa con más de 1,8 millones de socias. Dejó su empleo de abogada para incorporarse a un sindicato textil y en 1972 fundó la SEWA, imbuida del pensamiento de Mahatma y de la importancia que este daba a la dignidad del trabajo. Por unos pocos céntimos las mujeres tenían acceso a cursos de formación, préstamos bancarios, seguro médico y servicios de guardería. Gandhi se formó como activista y organizador no en la India, sino en Sudáfrica. Allí llegó en 1893, a los 24 años, como un abogado de provincias, y allí fue donde sufrió por primera vez en propia piel el racismo y la injusticia. En las cárceles de Sudáfrica, donde fue recluido por encabezar manifestaciones contra las leyes racistas, Gandhi estudió la Biblia y el Corán, así como la obra de Tolstói, Thoreau y Ruskin. Fundó comunidades experimentales en Durban y Johannesburgo, entonces bajo el dominio inglés. Para cuando regresó a la India en 1915, había concebido ya su audaz concepto del satyagraha, una forma de buscar la verdad mediante la resistencia no violenta, la paciencia y la compasión. Para muchos historiadores, biógrafos y activistas la Marcha de la Sal fue su logro más puro.